viernes, 8 de marzo de 2013

DULCES SUEÑOS


A Raúl Fernández, si había algo que realmente le gustara, era soñar. Todo lo demás no le importaba nada. Sólo deseaba que llegara la hora de acostarse para soñar entre sus sábanas. Había leído bastantes libros de psicología y sueños, y había probado de todo para soñar. Le encantaba poder despertarse con el recuerdo y la experiencia vivida en cada uno de sus sueños. Eso le satisfacía y le alegraba día a día. Le motivaba muchísimo.

Un día, por ejemplo, soño que viajaba a bordo de un gran transatlántico en el que se dedicaba a entrar y salir de los camarotes de los pasajeros, como si hubiese vuelto de nuevo a su infancia, siendo un travieso niño. Otro día se despertó complacido al soñar con la alegría de sus semejantes en una gran pradera verde, con el típico ambiente primaveral. El sol radiante, el alegre canto de los pájaros, el olor de las flores...

Un tarde, después de comer, se hechó una siesta en un viejo sillón que había en el comedor, y tuvo otro sueño. Al despertar, de nuevo felizmente, se percató de algo. No sabía exactamente el porqué, pero cada vez que dormía sobre aquél viejo sillón tenía un o varios sueños. Siempre. Él no creía en las casualidades, y pensaba que debía haber algún motivo por el cual, él soñaba al dormir allí. Decidió probar suerte y experimentar por sí solo. Al llegar la noche, se acostó allí, y efectivamente, volvió a soñar.

A partir de aquella noche, siempre dormiría allí. Hasta se deshizo de su cama, pues no quería tener un bulto tan grande en casa si no se iba a utilizar. Acabó casi en obsesión el aprecio que llegó a cogerle al sillón. Dormía allí, comía allí, hacía trabajos allí; siempre trataba de estar lo más cerca posible de aquél objeto. Pero no mucho le duraría su alegría. Notó que el sillón era como una especie de droga psicológica.

No tardaron mucho en surgir las pesadillas. Y a pesar de que le desagradaba mucho, no podía alejarse de su sillón. Se sentía obligado a permanecer junto a él. Y las pesadillas no le abandonaban, e incluso, se intensificaban en horror y miedo. Cada una de esas pesadillas era un miedo, un mal recuerdo del pasado, o un problema de Raúl. Era como si el sillón pudiera transmitirle en sueños sus mayores temores y peores recuerdos. Una tortura psicológica.

Pronto empezó a perder el apetito y a no poder dormir, atacado por los nervios y estrés. No podía comprender ni razonar nada. Tampoco podía alejarse del sillón, pues si lo hacía, sufría fuertes ataques de ansiedad, y si permanecía junto a él, lo atormentaría por las noches con esas pesadillas. Él se miraba al espejo y quedaba horrorizado al verse tan pálido y ojeroso. Unos ojos enrojecidos y paranoicos. Su cara se había consumido, e incluso pensaba que le estaban saliendo muchas arrugas de un día para otro. Tenía que enfrentarse a sus propios miedos, no podía seguir así. Dormiría, por mucho que sufra con las pesadillas. Pero cuando trató de dormir, volvió otra pesadilla y se despertó repentinamente de miedo. Casí sufre un paro cardíaco.

No podía más. Veía a sus difuntos parientes caminando hacia él gruñéndole amenazadoramente mientras que de sus ojos chorrea un líquido algo espeso y negruzco. Tenía que cargar con los cuerpos rígidos, pálidos y fríos de sus amigos a los que él mismo a asesinado. Bebés quemados. Enfermos mentales que lo apuñalan. La cabeza decapitada de su madre. Enemigos que vuelven para atormentarlo. Extrañas mutaciones en su propio cuerpo. Cadáveres, sangre, entrañas, locura, fantasmas, sufrimiento, caníbales, animales aterradores y mucho más ocupaban sus sueños ahora.

El cansancio no le permitía hacer apenas nada. No tenía fuerzas ni para moverse. Su barba comenzaba a aparecer notablemente. No se bañaba. No recogía nada. No iba a sus actividades diarias. Tan sólo se aisló en casa, mientras notaba que su carácter estaba cambiando a un estado bastante preocupante. Cuando el cansancio era excesivo, sus ojos se cerraban y dormían un poco. Aunque sólo sea hasta la próxima pesadilla. Después volvía a despertarse aterrado. Cabeceaba. Volvía a dormirse. Otra vez lo mismo. Una vez no aguantó más y, cuando cerró los ojos...



lo hizo para siempre...