- - Uuuh, fíjate en ese cuerpazo –dijo Susana-. Con
ese sí que me iba yo al infierno.
Su amiga Carla ya estaba un poco
harta de llevar escuchando comentarios de ese tipo durante toda la noche. Más
que la noche de Halloween parecía la noche de putas, y más estando Susana por
las calles. Ya era tarde, casi las cinco de la mañana, y ya no quería continuar
con la fiesta y Susana, como tampoco tenía con quién quedarse, decidió
marcharse con ella. Todas las chicas habían abandonado la juerga cuando o
estaban demasiado cansadas, demasiado borrachas o ya habían cazado a algún
demonio que las arrastrara al infierno.
Pero ahora sólo quedaban ellas
dos en la parada del autobús, vestidas con sus disfraces de diablas. Pero claro
está, el de Susana era más… sugerente. Aprovechaba que era la más guapa y casi
una ninfómana para atraer de esa manera a los chicos. Muchos muchachos, o
incluso hombres adultos, que entraban y salían del pub la miraban lujuriosos.
Aunque ya iban quedando menos y los que abundaban eran borrachos que salían a
la calle a fumarse un cigarro o a tomar el fresco para despejarse de la
borrachera. Algunos se aproximaban hasta un descampado cercano y oscuro para
vomitar o mear si el baño estaba demasiado lleno. Ellas mismas estaban algo
bebidas esa noche. Aunque la parada estaba algo retirada del pub, concretamente
en la esquina de la calle del mismo y el descampado tras ellas, muchos aún se
cruzaban por allí y ella les ponía ojitos. Lástima no haber pillado cacho esa
noche.
Por suerte para Carla, quien era
su mejor amiga estaba con ella, y sabía que sería más difícil que la pasara
algo malo. Hacía meses que se llevaban sucediendo una serie de crímenes, una
muerte al mes concretamente, y todos de personas que estaban por las calles a
últimas horas de la noche. Casi todas personas de mala reputación, prostitutas,
drogadictos, ladrones, etc… pero algunas con supuesta buena reputación. Nadie
vio ni oyó nada. Por lo único que podía temer Carla era por Claudio, su novio,
que era taxista en el turno de noche. La policía rondaba constantemente día y
noche por la ciudad pero sin pillar al culpable, y además ese Halloween se
prohibió terminantemente el uso de máscaras o maquillaje. Todo el mundo debía
estar perfectamente identificable en caso de otro crimen.
La sombra de un hombre, en
aparente estado de embriaguez, pasó tambaleándose por detrás de ellas. Debido a
la oscuridad, no pudieron verle el rostro, tan sólo su silueta recortada contra
las luces del fondo. Por un momento el hombre se detuvo, parecía estar mirándolas.
Eso comenzó a inquietar a las dos chicas. Pasaron los segundos, que les
parecían eternos a ellas, y allí seguía. Carla se acercó a su amiga y la tomó
del brazo. Intentaban disimular. Susana incluso tomó su móvil y simuló hacer
una llamada. El hombre se marchó de allí y bajó por el descampado hacia las
luces del fondo de la ciudad. Entonces ambas comenzaron a calmarse.
La noche era fría y ambas estaban
escasamente vestidas. La luna llena brillaba en todo su esplendor sobre un
cielo claro y despejado tachonado de estrellas. Carla sentía ansias porque el
autobús viniera pronto y pudieran llegar a casa sanas y salvas. Un grupo de
chavales subían desde el pub, quizás para marcharse ya a casa, y Susana se fijó
en uno alto y bien parecido. Cuando pasaron de largo Susana dijo:
- - ¿Has visto a ese pibe? Bufff.
- - Ya vale, tía. Estás salida…
- - Lo siento, pero no soy una amargada mojigata
como tú. Me gusta la diversión y la noche es joven y hay mucha carne en el
plato –se rio de su propio comentario.
Carla no pudo más que negar con
la cabeza y poner los ojos en blanco con un suspiro.
Esperaron un poco más y los faros
de un coche las deslumbraron desde el pub. Parecía un taxi por el letrero del
techo. El vehículo parecía aminorar la marcha y giró hacia ellas, como si fuera
a aparcar para dejar a alguien o preguntar algo. El conductor se inclinó para
hablar con las chicas.
- - ¿Vais a algún sitio?
Susana vió a un muchacho joven,
pálido, delgado y con una enorme melena rizada. Su rostro inofensivo inspiraba
serenidad y cierta fragilidad. Carla le reconoció, era Claudio.
- - Esperamos el autobús para volver a casa.
- - No os preocupéis por eso, subid.
- - Pero…
- - Subid, no os voy a cobrar.
Ambas se quedaron un tanto perplejas
y se miraron entre sí. Carla le hizo un gesto con la cabeza a su amiga y Susana
entró primero, sentándose a la derecha del vehículo, y Carla la siguió cerrando
la puerta tras ella.
- - Pues muchas gracias –dijo Carla-, nos haces un
gran favor.
- - No hay de qué.
- - Ella es Susana, la chica de la que te hablé.
- - Encantado.
- - ¿Tú eres Claudio, supongo?
- - Eso es.
- - Encantada.
La chica se inclinó para darle
dos besos, aunque fueron casi en el aire ya que él no podía girarse por el
cinturón de seguridad.
Él arrancó de nuevo y, girando a
la derecha para bajar por el descampado, condujo el taxi entre el escaso
tráfico. Susana miró a Claudio por el espejo retrovisor y se fijó en los ojos
que tanto le había hablado su amiga. Ojos marrones, color avellana o miel. En
ocasiones, con las luces del exterior, parecían ámbar, un ámbar rojizo. Pero
cuando él se dio cuenta, enseguida apartó la mirada.
- - ¿Y qué tal os ha ido la noche?
- - Nada del otro mundo –dijo Carla-, la verdad es
que he estado algo nerviosa todo el rato.
- - ¿Por qué?
- - Ya sabes… las noticias y todo eso.
- - Tú no tienes nada que temer por ello, tan sólo
disfruta y diviértete.
- - Pero me da miedo.
- - Lo supongo. Pero eres buena chica.
Susana miraba por la ventanilla,
sobre los tejados de los edificios, contemplando la luna llena plateada que los
controlaba desde las alturas.
- - ¡Qué bonita!
- - ¿Qué? –preguntó Claudio.
- - La luna llena –ella miró al chico por el espejo
retrovisor-, está muy bonita esta noche.
- - Es una noche peligrosa.
- - ¿Por?
- - Pregúntale a Carla. Con ese cazador que anda
suelto por ahí, la noche es el terreno de caza de los depredadores… y en una
noche como hoy los gritos están por todas partes. Sería difícil diferenciar un
grito de susto o trato a los de un crimen. Y dicen que en luna llena se cometen
más actos delictivos.
- - ¿No tienes otro tema del que hablar? –intervino
Carla- Me da mal rollo eso y no he podido quitármelo de la cabeza en toda la
noche.
- - Lo siento.
Hubo unos momentos de silencio en
el taxi hasta que Claudio volvió a hablar con una voz grotescamente burlesca.
- - ¿Y si soy yo el asesino, chicas? ¿No os da miedo
quedaros solitas conmigo?
- - Claudio… -dijo Carla ya cansada, casi suspirando.
Él estalló en risas y asintió con
la cabeza dando a entender que ya paraba de hacer bromas. Susana sonrió por lo
bajo mientras miró de reojo a Claudio. Era una sonrisa de complicidad.
El chico dio un pequeño espasmo
en su asiento. Se rascó la mandíbula con la mano en forma de garra. Luego dio
dos fuertes mordiscos al aire. Aquello las dejó desconcertadas a ambas. Claudio
inclinó entonces la cabeza a ambos lados bruscamente. Susana no pudo evitar
reírse por lo bajo mientras que Carla no daba crédito a lo que veían sus ojos. ¿Qué
le pasaba? No lo entendía. Un momento después, un aullido cortó de seco la risa
de Susi. Claudio le estaba aullando a la luna. Mientras que Carla lo miraba con
la boca abierta en silencio, Susana le preguntó mientras intentaba aguantar la
risa:
- - ¿Estás bien?
- - No hay problema, no hay problema…
Pero Claudio ya no sonreía, de
hecho, su semblante se había tornado serio y sombrío, casi agresivo. Sacudió la
cabeza como si intentara despejarse de algo o alejar de su mente algún
pensamiento que lo atormentara.
- - No creo… -dijo Carla- no creo que debas estar
conduciendo en tu estado.
Claudio lanzó un alarido que
sobresaltó a las chicas. Un alarido animalesco y brutal. Comenzó a rascarse de
nuevo la mandíbula y el cuello de manera compulsiva.
- - ¡No quiero! –bramó Claudio, casi como si fueran
ladridos- ¡No quiero más!
Comenzó a gemir mientras se
agarraba los rizos, soltando el volante por algunos momentos. Era un gemido de
dolor y desgarrador.
- - ¡Claudio! –gimió Carla- ¿Qué te pasa? ¡Por el
amor de Dios, habla!
Pero él no respondía, sólo
arrugaba la cara en un gesto de terrible dolor, un dolor interno del que las
chicas no tenían conocimiento y que sólo él podría conocer la causa. Susana se
llevó las manos a la cara y se tapó nariz y boca. Estaba empezando a sentirse
asustada.
- - Por favor, para –dijo Susi-, nos queremos bajar.
Estás mal.
Claudio se limitó a mirarlas por
el retrovisor tras calmarse y, con una maliciosa sonrisa, se llevó el dedo
índice a los labios y las ordenó callar mientras las miraba. Los ojos brillaban
en rojo sangre con las anaranjadas luces de las farolas. Las chicas comenzaban
a estar inquietas en los asientos traseros. Con rapidez, la expresión en el
rostro de Claudio cambió de nuevo, mostrando un intenso dolor. Otra vez los
gemidos agónicos y gritos de dolor interno. Se balanceaba delante y atrás en su
asiento, sujeto por el cinturón de seguridad, ladrando y aullando.
Un pensamiento aterrador estaba
en la mente de las muchachas: se habían confiado al asesino. Estaba teniendo un
ataque de locura homicida, seguro. Las chicas estaban muy, pero que muy tensas
atrás. Ya no había risas. Carla estaba estirada y pegada lo más posible al
respaldo, con ojos desorbitados, aterrada ante el repentino comportamiento
inusual y extraño de Claudio. Susana, por su parte, temblaba y no sabía muy
bien si abrir la puerta y saltar a la carretera, si desabrocharse el cinturón,
si esperar…
Claudio, al ver que Susana
tanteaba el manillar de la puerta, aceleró aún más el coche, provocando gritos
de las chicas, y él mismo comenzó a gritar al aire echando la cabeza hacia
atrás. De un volantazo, se metió en una calle solitaria, casi un callejón. Las
chicas no sabían que hacer, estaban aterradas. Poco a poco, Claudio disminuyó
la marcha mientras las chistaba para que se callaran. Finalmente el taxi se
detuvo y las chicas se fueron callando, pero seguían muy alteradas y
permanecieron quietas y en silencio aguardando acontecimientos. Estaban
hiperventilando, agarradas a cualquier sitio donde pudieran sostenerse y no ser
lanzadas con la velocidad que el coche había tomado momentos antes. Estaban
solas y a merced de un loco.
Por unos segundos todo quedó en
calma. Todo en silencio. Entonces Claudio se volvió lentamente hacia ellas y
las miró.
- - ¡No quiero que se repita! –bramó con todas sus
fuerzas.
- - Claudio ¿qué te pasa? No te reconozco…
Él se giró hacia el volante y
continuó chillando y golpeando con las palmas de las manos el volante como un
desequilibrado. Las muchachas comenzaron a chillar de nuevo e intentaron salir
del coche mientras pudieran, aprovechando que estaba parado. Susana no fue
capaz de abrir la puerta y comenzó a aporrear la ventanilla pidiendo ayuda.
Estaban encerradas, atrapadas allí dentro con un lunático desquiciado. Había
sido una trampa mortal para ellas y no tenían oportunidad de escape.
Entonces se dieron cuenta de que
Claudio las miraba y lanzaba pequeños aullidos al son de los gritos de las
chicas. Su boca estaba abierta y mostraba unos enormes colmillos animalescos.
Sus ojos desorbitados se deleitaban con los chillidos de las chicas mientras
que su boca se habría y se cerraba, mordiendo el aire con aquellos colmillos
blancos y relucientes que, junto con su melena rizada, le daba un aspecto feroz
y animalesco. Esos dientes no los podría tener ningún ser humano, imposible,
sólo un perro de gran tamaño o un lobo podría poseer una dentadura así.
Claudio se volvió y salió del
coche, encerrándolas a ambas dentro. Rodeó el automóvil por la parte trasera
hasta llegar a la ventanilla de Carla. Con otro espasmo se desplomó en el
suelo. Las dos, que acababan de desabrocharse el cinturón de seguridad,
quedaron en silencio, a la escucha. Fuera todo estaba tranquilo.
De repente, el taxi dio una
sacudida. Todo el vehículo empezó a temblar. Oscilaba de un lado a otro debido
a las embestidas de Claudio desde el lado derecho, cerca de Carla. Parecía que
intentaba volcarlo con ellas dos dentro. Cogió de los bajos del coche y comenzó
a levantarlo. Aunque era delgado y menudo, tenía fuerza suficiente como para
mover el vehículo. Ambas chillaban de nuevo dentro, ahora sin estar sujetas por
los cinturones, se acurrucaron abrazadas en el centro de los asientos.
Claudio volvió a desaparecer bajo
la ventanilla y cayó al suelo. Las chicas, aterradas, intentaron abrir la
puerta de Susana, pero no podían, estaba cerrada. El miedo no les hizo ver que
quitando simplemente el seguro, tendrían escapatoria. Golpearon la ventanilla tratando
de pedir auxilio. Por el otro lado, donde había caído Claudio, éste se levantó
de nuevo… o algo parecido a él… bajo la espesa melena se veía una cara de
animal, con grandes colmillos afilados y pelo por todo el rostro, que nacía del
negro y húmedo hocico. Las manos se habían convertido en un par de zarpas con
garras afiladas que arañaban el cristal. Ellas volvieron a chillar, temblaban
como un flan.
Claudio-lobo abrió la puerta de
Carla, gruñendo, acercándose a las chicas poco a poco. Emitió un ladrido
bestial. Disfrutaba del momento de verlas acorraladas. Entonces, dijo algo a
medio camino entre una pregunta y un gruñido. Las chicas atenuaron sus gritos.
Él volvió a repetir la pregunta:
- - ¿Tenéis miedo?
Claudio-lobo se llevó las zarpas
a la cabeza y se arrancó la piel, o mejor dicho, la máscara hiperrealista de
hombre lobo con la que les había asustado y, con una sonrisa, volvió a repetir:
- - ¿Tenéis miedo?
Susana pasó de los gritos a las
carcajadas, pasando por un leve momento de incertidumbre y total incredulidad.
Carla sin embargo no reía nada, le miraba enfurecida por haberles gastado una
broma de tan mal gusto. Aún tenía el corazón martilleándola el pecho de lo
agobiada que se había sentido.
- - ¡Sólo por este momento de gritos ha merecido la
pena no haberos cobrado! La mejor invitación de mi vida.
Se echó a reír a carcajadas.
Susana se iba calmando gracias a la risa, pero Carla seguía enfadada por
haberla hecho pasar tan mal momento.
- - ¿En serio? –exclamó Carla incrédula- ¡Eres un
gilipollas! ¿Tú sabes qué mal trago me acabas de hacer pasar, imbécil?
- - ¡Vamos chicas! ¿No tenéis sentido del humor? ¡Ha
sido sólo una broma, no es para tanto!
Susana se fue calmando y
divirtiendo con la broma. Él pasó y se sentó al lado de Carla, en los asientos
traseros.
- - De verdad ¿Cómo lo has hecho? –preguntó curiosa
Susana- ¿Cómo has sacado los colmillos y te has puesto la máscara?
- - Los tenía en la guantera, estabais tan asustadas
que ni os habéis dado cuenta de que las había cogido. Y los colmillos…
Se los mostró en la mano y ambas
vieron que no eran en absoluto realistas, es más, eran de los cutres en los que
la dentadura de arriba está unida con la de abajo y son de plástico, de esos
que venden en los bazares de todo a 100. Pasó un rato hasta que se calmaron por
completo y Claudio hizo lo posible por tranquilizarlas. Se vieron tan tontas en
ese momento, que hasta Carla soltó una risita mientras agachaba la cabeza y se
apoyaba con la mano en la frente negando.
- - Venga –continuó Claudio-, ya vale de bromas, os
llevaré a casa.
Volvió al asiento del conductor y
se sentó, dejando en el asiento del copiloto las manoplas y la máscara. Pero Carla
ya estaba nerviosa por la broma y por las noticias de los últimos meses. La
verdad es que había sido una broma de muy mal gusto sabiendo lo nerviosa que
ella estaba con el tema, pero Claudio era así, desde siempre. Debía habérselo
olido. Aun así, ella se inclinó para tocar el hombro de su novio.
- - Claudio, hazme un favor anda.
- - ¡Claro, dime!
- - ¿La dejarías a ella en su casa después de
dejarme a mí?
- - Por supuesto, tranquila.
El resto del viaje fue normal, dejó
a Carla frente a su portal y se despidieron. Arrancó de nuevo y puso rumbo a la
dirección que le habían indicado. De vez en cuando lanzaba algunas miraditas
furtivas a su pasajera y se dio cuenta de que ella hacía lo mismo.
- - Bueno –dijo él, tanteándola-, ahora estamos los dos solitos
en el taxi.
- - Sí… -ella estaba nerviosa.
- - ¿Y has pillado esta noche?
- - ¿Qué?
- - Que si has echado algún polvo.
Ella estalló en risas, incrédula
de que acabara de hacerle esa pregunta.
- - No, por desgracia no.
- - ¿Y eso? Pareces muy atractiva.
- - Gracias, pero… no podía dejar sola a Carla y… la
verdad es que sí habían algunos chicos que madre mía.
Claudio rio y añadió:
- - Haber aprovechado, mujer. Carla ya es mayorcita,
no la pasará nada. Y con lo decentita que es no se va a ir por ahí con
cualquiera… créeme si lo sabré yo bien.
- - ¡Y tanto! Me reprochaba cada vez que miraba a
algún chico.
- - Imagino que habrás acabado encendiendo el horno
para nada.
Ella volvió a reír y confesó:
- - Sí, me temo que sí.
- - Bueno, la próxima vez será. Oye, Susana, perdona
si fui llevé muy lejos lo de la broma de antes, no era mi intención que lo
pasaseis tan mal.
- - Tranquilo. La verdad es que me asusté bastante
porque no entendía nada y todo era muy raro y… fue un poco como what the fuck?
Puso una mueca exagerada de
incredulidad y Claudio sonrió.
- - A veces me paso con estas bromas. Las llevo muy
lejos sin darme cuenta.
Claudio aminoró el coche y se
detuvo, pero no era la calle donde vivía ella. No se había dado cuenta de la
ruta ya que estaba demasiado distraída mirándole a él y a esa mano venosa manipulando
las marchas. Sólo cuando comenzó a darse cuenta de que el viaje estaba siendo
más largo de lo habitual, se percató y fue cuando el coche se detuvo. El chico
se dio la vuelta y la miró con una sonrisa.
- - ¿Te apetece subir a tomar algo antes de irte a
casa?
- - ¿Dónde estamos?
- - En mi portal.
- - Pero…
- - ¿Quieres o no? ¡Vamos! No te hagas la remilgada
ahora, he notado como llevas mirándome durante todo el trayecto.
- - Pero eres el novio de Carla, no puedo…
- - Ella no tiene porqué saberlo –él estiró un brazo
y acarició su rodilla ascendiendo por el muslo-. ¿Te apetece? Será nuestro
pequeño secretito. Sé que quieres marcha y yo también, con Carla no puedo tanto
como quisiera.
- - ¿Es una proposición de… sexo?
- - Es una proposición de lo que te apetezca, si
quieres una copa charlando solamente y te llevo de vuelta a casa ¿qué me dices?
No estaba muy segura. Dudaba. Lo
cierto es que le daba morbo la idea y como había dicho, había encendido el
horno para nada, y aún lo tenía muy caliente. Pero era el novio de su mejor
amiga, no podía hacerle eso a Carla. Pero sintiendo el roce de esos dedos por
su muslo, acariciando la parte interna, bajo la minifalda, se decidió.
- - Está bien.
- - ¡Estupendo!
Ambos bajaron del coche y
entraron al portal. Susana estaba muy nerviosa, pero a la vez excitada por la
situación. Subieron en el ascensor y al llegar frente a la puerta, él le
entregó las llaves para que sea ella la que abriera.
- - Vamos –dijo él-, abre.
- - ¿Yo? ¿Por qué yo?
- - Me gusta la idea.
Ella rio y trató de introducir la
llave en la cerradura, pero su pulso temblaba y no era capaz. Él se colocó
detrás de ella, demasiado cerca, tanto que sus cuerpos se tocaban. Y cuando
Susana sintió a Claudio empujándola con suavidad con su pelvis su trasero se
puso más nerviosa aún y le entró la risa. Podía sentir que él también estaba
excitado. Normal, la estrecha de Carla no le daba lo que necesitaba. Aun así
ella estaba temblando y asándose.
- - ¿Qué pasa? –preguntó él susurrándola al oído-
¿No puedes meter la llave? No puedes meterla ¿eh?
- - ¡Para! –y estalló en carcajadas.
- - Yo siempre la meto a la primera… entra muy
suavecita.
- - ¡Calla! –reía más de nuevo-. Como se entere
Carla nos la vamos a cargar, yo no debería estar aquí.
- - Pero estás, te gusta, y lo sabes…
En cuanto entraron y cerraron la
puerta tras ellos, Susana se quedó asombrada del lujo del apartamento.
- - ¡Wow! –exclamó la chica- tienes pasta ¿eh?
Se volvió con una sonrisa hacia
Claudio, que continuaba parado frente a la puerta, y al mirarle se le borró la
sonrisa de nuevo. Al mirar a Claudio directamente a la cara, éste mostraba una
leve sonrisilla picarona y con la yema de su dedo índice acariciaba sus propios
labios. ¡Y sus ojos! Ojos negros, vidriosos, unos ojos salidos del mismísimo
infierno. Todo, absolutamente todo el globo ocular se presentaba de un rojo
oscuro, casi negro, y brillaban en exceso. ¡Y no parecían lentillas! Incluso
habían aumentado un cincuenta por ciento su tamaño…
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