Constance Willard
Un sujeto habló cuando estábamos
en el Carpathia sobre el hecho de que el Titanic no tuviera reflectores. La
tripulación dijo que era la intención de los propietarios equipar al buque con
reflectores cuando llegaran a Nueva York.
Cuando alcanzamos la cubierta
después de la colisión, la tripulación estaban preparando los botes para
bajarlos y muchas de las mujeres estaban corriendo en busca de sus maridos e
hijos. Las mujeres estaban comenzando a ser puestas en los botes y dos hombres
me cogieron y casi me ponen a mí también en un bote. Yo no percibía el peligro y
luché hasta que me soltaron. “No pierda el tiempo, déjela ir si no quiere
entrar” dijo un oficial. Corrí de nuevo a mi cabina y fui cabina por cabina
buscando a mis amigos sin poder encontrarlos.
Una pequeña niña inglesa, de unos
quince años, corrió hacia mí y se tiró a mis brazos. “Estoy sola –gimoteó ella-
¿me puede llevar con usted?”. Entonces empecé a darme cuenta del peligro y vi
que todos, salvo dos botes salvavidas, habían sido bajados. Todas las mujeres
habían sido provistas con chalecos salvavidas. Según los hombres las ponían en
los botes, ellos las sonreían y les decían que fuesen valientes.
Nunca olvidaré un incidente que
ocurrió justo cuando estábamos a punto de ser bajados al agua. Un extranjero se
precipitó hacia el costado del barco con un paquete entre sus brazos y llorando,
con las lágrimas cayendo pro su rostro. “Oh, por favor, amable señorita, ¿No
podría salvar a mi pequeña niña, mi bebé? No se preocupen por mí, pero por
favor, llévense a la pequeña” Por supuesto, cogí al bebé.
En nuestro bote había siete
hombres, sobre unas veinte mujeres y varios niños. La noche era oscura. Veinte
minutos después de abandonar el Titanic oímos una explosión y el buque pareció
partirse en dos y hundirse. Entonces una mujer extranjera en nuestro bote
comenzó a cantar un himno y todos nos unimos, a pesar de que pocos conocían la
letra. Todo alrededor nuestro eran llantos y gemidos por quizás unos tres
minutos.
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