miércoles, 24 de agosto de 2016

PESADILLA

Él junto a sus amigos esperaban en aquella noche gélida en el interior de la iluminada estación de autobuses y trenes. La luz era tan fría como el exterior. Llevaba un pesado abrigo de lana verde y aun así sentía frío. Y todo era triste, apenas habían hablado y sólo el silencio, el frío y la luz de los fluorescentes reinaban en el lugar. Paseando lentamente mientras esperaba, alzó la mirada para echar un ojo a la oscuridad de la calle a través de las puertas corredizas de cristal. Él vió allí parada, bajo el porche de la estación, a una chica vestida con pantalones y chaqueta vaquera de color claro y un fular, una palestina o un pañuelo o algo similar a modo de bufanda. Por un momento le recordó bastante a ella. Pero no, qué tontería ¿cómo iba a estar ella allí? ¿Qué iba a hacer? Y encima sola tal y como estaba. Hacía tanto tiempo que sus caminos se habían separado. Pero  ella le miró y, aun en la distancia, pudo percibir su pelo castaño recogido y sus ojos oscuros. Fue más una percepción a que lo hubiera visto realmente. Ella comenzó a caminar hacia él y él, casi sin darse cuenta, hizo lo mismo en dirección de la chica. No dejaba de mirarla y, a medida que se iban acercando más y más, parecía que todo el mundo se detenía alrededor cuando comprendió sin ningún género de dudas de que era ella. Una sonrisa se le dibujó en los labios mientras que el corazón comenzó a latirle más y más fuerte dentro del pecho. Se fueron acercando más y más y los brazos de ambos se abrieron. En cuanto se tuvieron uno frente al otro, se estrecharon y se abrazaron entre lágrimas por el reencuentro. Era un abrazo cálido, fuerte, sólido y las lágrimas caían por sus mejillas. Ella le abrazaba con mucha fuerza como si no quisiera dejarlo ir y él, por su parte, al notar el frío que traía ella de la calle, se separó un poco y la cobijó bajo su abrigo largo y pesado y volvieron a fundirse en un abrazo. No les hacía falta nada más. Sólo eso. Estar así, el uno junto al otro, sentir las respiraciones, oler su aroma, acariciar el cabello y no soltarse, no soltarse nunca más.

Entonces se despertó y comprendió que todo aquello no había sido más que un sueño... Ahora le tocaba incorporarse de nuevo a su pesadilla...

jueves, 2 de junio de 2016

Vudú

Enrique había prosperado, pero se sentía perdido.
Su semblante había cambiado radicalmente, y pareció caer en un estado de depresión y angustia repentinas, después de cruzarse con aquel misterioso francés. Su esposa Paola no lo comprendía y aunque quiso conocer el motivo de su malestar, él negó sentirse mal y ella respetó su silencio. Se habían marchado los dos juntos de vacaciones cuando se enteraron de que ella había quedado embarazada por segunda vez.  
Enrique lo había visto por primera vez a Pierre en la cubierta del crucero, paseando con tranquilidad y solo, e incluso le había mirado y arqueado las cejas a modo de saludo. Sin embargo Enrique se había quedado paralizado al darse cuenta de que aquellos fríos ojos franceses y esas finas cejas le mostraron que le había visto también a él.
Pierre Marcato, con sus cincuenta y cuatro años, poseía una juventud sobrenatural. Se conservaba excelentemente. Ágil, de buen porte y en parte atractivo, de no ser por la prominente nariz aquilina y los labios finos de reptil. Sus ojos, aunque normales, observaban con una inexpresividad y una frialdad que helaban la sangre. Ninguna emoción, buena o mala, podía atisbarse en su mirada. A decir verdad, su cara en conjunto parecía la de un maniquí y era tan expresiva como una roca. Y era blanco como el mármol, o mejor dicho pálido como un muerto. Un fantasma del pasado que había regresado desde el más allá. Las largas horas en penumbra y la vida nocturna habían hecho que palideciera rápidamente.
Pierre solía decir que “los favores deben ser agradecidos, de lo contrario serían arrebatados con creces”. Y él no le había agradecido el favor que Pierre le había hecho tanto tiempo atrás. Y por más que había intentado alejarse de él, Pierre lo había encontrado de nuevo y quizás para cobrarse la deuda pendiente. ¿Por qué si no iba a estar de nuevo en su vida? ¿Por qué si no le habría dicho que estaba buscándole?
Enrique había visto cómo gente sin preparación había logrado llegar a lo más alto, sin embargo, él no conseguía sus frutos por más que se esforzara. Por eso decidió recurrir a Pierre. Y éste logró darle lo que tanto ansiaba. Conocía a Pierre desde tiempo antes de haberle ayudado en sus negocios, negocios turbios y esotéricos.
Desde que había visto a Pierre en la cubierta del barco, Paola, su mujer, había empezado a enfermar, y al finalizar el crucero tuvieron que volver directamente a casa, acabándose así sus vacaciones. Su enfermedad fue repentina, apenas unos días antes, cuando habían atracado en la costa, ella había estado rebosante de vitalidad. Enrique se asombró de verla corretear y saltar por la arena como una chiquilla, dando alguna que otra vuelta en el aire con cada salto. Desconocía que aún tuviera semejante agilidad. Con cada salto y giro, su vestido ondeaba como un abanico en el aire antes de recogerse y caer de nuevo sobre sus piernas. Parecía una colegiala en vez de una mujer adulta. El melodioso sonido de su risa se elevaba en el aire y se mezclaba con el sonido del mar y las gaviotas que lo sobrevolaban. Estaba radiante de vitalidad y jovialidad, parecía haber rejuvenecido casi veinte años de golpe. Él la miraba danzando por la playa a la vez que recordaba a aquella joven muchacha de la que se enamoró hace tantos años y no veía ninguna diferencia, parecía que el tiempo no hubiera pasado en absoluto para ella.
Es cierto que ella, para ser una mujer de treinta y ocho años en ese momento, parecía más joven, quizás no más de treinta y tres o treinta y cuatro a lo sumo, pero desde la noticia parecía que todas sus arrugas hubieran desaparecido de golpe, y sin usar maquillaje, con el rostro al natural. Sobre sus hombros y su espalda comenzaban a presentarse algunas manchas de piel, pero eran tan pequeñas y difusas que todo el mundo las confundía con pecas. Y cuando se recogía el pelo castaño hacia atrás y lo sujetaba con una diadema decorada con flores quedaba al descubierto el rostro risueño y coqueto de siempre. Era guapa como ninguna. Tenía una mirada triste pero tierna, que inspiraba mucha cercanía y bondad. Su nariz era recta con pómulos prominentes y elevados. Y las comisuras de los labios se marcaban como si mantuviera una constante y leve sonrisa. Realmente el conjunto de su rostro le daba una apariencia afable y bondadosa. Aunque se notaba que la piel estaba perdiendo su elasticidad jovial y comenzaba a caer, sobre todo en las carrilleras y en los brazos, su piel seguía siendo suave y delicada. Disfrutaba de verla corriendo por la arena, bailando y riendo a carcajada limpia.
Él, en cambio, estaba terriblemente avejentado, pero no la vida de casado, si no por los recuerdos de su pasado, que no le dejaban dormir por las noches y le preocupaban allá donde fuese. Una incipiente calva dejaba al descubierto su cabeza y el pelo comenzaba a perder su brillo y color azabache, tanto, que sobre las orejas ya tenía unos mechones canos por completo. Él tan sólo tenía un par de años más que su esposa, pero parecían muchos más. Ella lo achacaba al estrés del trabajo y él quería creerlo, pero en el fondo de su corazón sabía que no era así.
Su hija adolescente no se preocupó de su madre demasiado cuando regresaron de sus vacaciones y ella estaba enferma. Muy al contrario, continuaba saliendo con sus amistades de botellón. Ya tenía suficiente con sus problemas amoríos con los chicos. Dos semanas después, Paola seguía enferma sin que los médicos dieran con la solución a su aflicción, se había encontrado de nuevo con Pierre y su hija adolescente salió la noche del sábado de juerga.
La noche había empezado alegre y con promesas de diversión. El alcohol y las risas corrían. La falta de equilibrio hizo que se diera un mal golpe. “Yo controlo”, solía decir. Pero no pudo controlar su mal equilibrio, tanto en la estabilidad del cuerpo como en la emocional que le llevó a esa situación. El golpe fue recibido en un mal lugar. Y no lo pudo contar.
Para el matrimonio fue devastador. Cuando has perdido a la persona que más querías en tu vida, el resto de pérdidas parecen chistes del destino.
Paola había perdido todo atisbo de juventud en su rostro, su piel estaba reseca y las arrugas estaban apareciendo a un ritmo alarmante. Parecía que se estuviera consumiendo.  Enrique por su parte estaba perdiendo más pelo de lo normal y la calva había crecido bastante. Y su conciencia pesaba cada vez más y más, pues en cierto sentido se sentía responsable de la muerte de su hija y de la enfermedad de su esposa. La peor sensación del mundo no es la tristeza, si no la impotencia. La pena se pasa, la impotencia te encadena y te paraliza, te abruma de tal manera que te incapacita para cualquier cosa.
Finalmente decidió contarle a su esposa sus temores y sus preocupaciones. Ambos hombres se habían encontrado por primera vez en el pasado, antes de que Enrique hubiera conocido tan siquiera a su esposa. Pierre era practicante de magia negra y vudú, artes oscuras en las que Enrique no creía, pero que con el paso del tiempo empezó a creer. Él sirvió a Pierre en encontrar lo que necesitaba y además de ayudarle en muchos rituales cuando algún cliente iba a buscar ayuda Pierre. Enrique le pidió que le ayudara a posicionarse bien en su trabajo y lo logró, bien por casualidad o bien por los hechizos del brujo. No sólo eso, si no que entró en su vida Paola en ese mismo momento. Pero cuando Enrique vio que la maldad de Pierre iba cada vez más en aumento, llegó a temerle, y se alejó de él sin querer más tratos con Pierre… y se marchó de su lado sin agradecerle tan siquiera la ayuda que le había prestado, cosa mala en el mundo de lo esotérico. Y Enrique tenía la sospecha que ahora Pierre había vuelto para vengarse de él, cebándose en lo que él más quería: su mujer y sus hijas.
Paola no daba crédito al oir la confesión de su esposo. Por eso no quería hablar de su pasado. Por eso no quería saber nada de aquellos días y rehuía hablar del tema. Se sentía tan traicionada y engañada… Cuando confías en alguien de corazón, no sospechas nada aunque te esté engañando delante de tus narices y tú lo veas con tus propios ojos…
Habían acudido a la policía pero ¿qué podían hacer ellos? Sólo eran meras sospechas hacia un individuo por ¿hechicería? ¿Quién en su sano juicio creería eso?
Paola, con su cabeza apoyada en las manos, llorando en silencio en la oscuridad del cuarto, se sentía impotente y perdida. Todo esto había sido por culpa de su marido y de su estúpida juventud. De hecho pensaba de él que esa arrogancia juvenil aún la conservaba, antes él era como un libro abierto, ahora es más cuidadoso con lo que dice y hace, pero igual de prepotente y por su culpa tanto ella como sus dos niñas estaban en peligro. En el fondo era un débil y un irresponsable, siempre lo había sido. Una idea tenebrosa se le pasó por la cabeza, no una ni dos, si no muchas veces, y cada vez con más frecuencia. Sobrevolaba su mente como un cuervo negro, funesto, que auguraba una calamidad. Se posaba en su mente por unos momentos y volvía a alzar el vuelo. Pero lo cierto es que ya había hecho el nido y volvía con más frecuencia y permanecía por más tiempo. Sólo había una solución y era matar al perro. Muerto el perro, se acabó la rabia. Pero ¿quién era el perro y quién la rabia? El perro era sin duda su marido y la rabia la traía ese francés. Si quería protegerse a sí misma y a lo que más quería en su vida, debía deshacerse de su marido, aquel que le estaba causando tanto mal a través de un tercero. Sabía que si le dejaba con vida, Pierre querría hacerle sufrir y las seguiría atacando. Si moría, Pierre ya no tendría por qué hacerlas nada a ellas. Eso le pasaba por enamorarse de un inútil. Ya se lo había advertido su madre, pero ella, como tonta, quiso formar una familia con ese indeseable. Ya cuando le ocultaba su pasado debía haberse olido que algo turbio ocultaba. Se sentía tan apesadumbrada, engañada, traicionada… Cuanto más lo pensaba más convencida estaba que esa era la única solución. ¿Pero cómo sería capaz de hacer una cosa así? Al menos si pudiera hacer que fuese un accidente o que lo hiciera él mismo de alguna manera, para no cargar su alma con ese peso…
Una noche, los gritos de Paola y los llantos alertaron a Enrique. Ambos estaban muy consumidos por el estrés y se veían muy, muy avejentados y delgados. La mujer se quejaba de un fuerte dolor en el vientre. Quizás a la niña la pasaba algo malo, o quizás la niña le estaba haciendo algo malo a ella a través del poder del hechicero.
Pero cuando obtuvo la atención sanitaria necesaria, ya había abortado. Y la mayor tragedia para Enrique aún estaba por venir. Había perdido a su hija adolescente, luego a su hija no nata y por último su esposa debido a la debilidad. Sencillamente, ella se dejó morir.
Enrique ya no podía más con eso. Decidió poner fin a su pesadilla particular. Iba a enfrentarse cara a cara con Pierre y a matarlo si podía. Dio con su alojamiento. Fue y lo esperó. Los malditos policías rondaban cerca y lo iba a tener difícil. Pero estaba decidido. Se había guardado la navaja en el bolsillo y no aparataba la mano. Esperaba y esperaba y por fin Pierre apareció. Se fue acercando a él por detrás. Con la velocidad de un rayo, con las lágrimas corriendo por sus mejillas, vengó las muertes de su esposa e hijas. Tiró de la barbilla del francés hacia arriba y deslizó el filo de acero por su cuello. Antes de que el cuerpo de Pierre tocara el suelo, un grupo de policías corrieron a socorrerle y a apresar a Enrique.
-          Ese cerdo me ha maldecido –dijo Enrique llorando-, ha matado a mi familia.
-          ¿Dice que le ha maldecido y matado a su familia? –preguntó incrédulo uno de los policías.
-          Sí, era hechicero vudú…

-          Se equivoca. Lo que realmente era, era un farsante. Sacaba el dinero con sus cuentos de hechicería y no tenía poderes. Un vidente, que sí tiene facultades de verdad, nos ayudó a dar con él. Ha estafado grandes sumas de dinero a grandes personalidades por varios países y estaba en busca y captura por la interpol… aunque mucho me temo que usted irá a prisión por homicidio con alevosía. Acaba de condenarse usted solito, no él.

miércoles, 1 de junio de 2016

EL TAXISTA


-         -  Uuuh, fíjate en ese cuerpazo –dijo Susana-. Con ese sí que me iba yo al infierno.

Su amiga Carla ya estaba un poco harta de llevar escuchando comentarios de ese tipo durante toda la noche. Más que la noche de Halloween parecía la noche de putas, y más estando Susana por las calles. Ya era tarde, casi las cinco de la mañana, y ya no quería continuar con la fiesta y Susana, como tampoco tenía con quién quedarse, decidió marcharse con ella. Todas las chicas habían abandonado la juerga cuando o estaban demasiado cansadas, demasiado borrachas o ya habían cazado a algún demonio que las arrastrara al infierno.

Pero ahora sólo quedaban ellas dos en la parada del autobús, vestidas con sus disfraces de diablas. Pero claro está, el de Susana era más… sugerente. Aprovechaba que era la más guapa y casi una ninfómana para atraer de esa manera a los chicos. Muchos muchachos, o incluso hombres adultos, que entraban y salían del pub la miraban lujuriosos. Aunque ya iban quedando menos y los que abundaban eran borrachos que salían a la calle a fumarse un cigarro o a tomar el fresco para despejarse de la borrachera. Algunos se aproximaban hasta un descampado cercano y oscuro para vomitar o mear si el baño estaba demasiado lleno. Ellas mismas estaban algo bebidas esa noche. Aunque la parada estaba algo retirada del pub, concretamente en la esquina de la calle del mismo y el descampado tras ellas, muchos aún se cruzaban por allí y ella les ponía ojitos. Lástima no haber pillado cacho esa noche.

Por suerte para Carla, quien era su mejor amiga estaba con ella, y sabía que sería más difícil que la pasara algo malo. Hacía meses que se llevaban sucediendo una serie de crímenes, una muerte al mes concretamente, y todos de personas que estaban por las calles a últimas horas de la noche. Casi todas personas de mala reputación, prostitutas, drogadictos, ladrones, etc… pero algunas con supuesta buena reputación. Nadie vio ni oyó nada. Por lo único que podía temer Carla era por Claudio, su novio, que era taxista en el turno de noche. La policía rondaba constantemente día y noche por la ciudad pero sin pillar al culpable, y además ese Halloween se prohibió terminantemente el uso de máscaras o maquillaje. Todo el mundo debía estar perfectamente identificable en caso de otro crimen.
La sombra de un hombre, en aparente estado de embriaguez, pasó tambaleándose por detrás de ellas. Debido a la oscuridad, no pudieron verle el rostro, tan sólo su silueta recortada contra las luces del fondo. Por un momento el hombre se detuvo, parecía estar mirándolas. Eso comenzó a inquietar a las dos chicas. Pasaron los segundos, que les parecían eternos a ellas, y allí seguía. Carla se acercó a su amiga y la tomó del brazo. Intentaban disimular. Susana incluso tomó su móvil y simuló hacer una llamada. El hombre se marchó de allí y bajó por el descampado hacia las luces del fondo de la ciudad. Entonces ambas comenzaron a calmarse.

La noche era fría y ambas estaban escasamente vestidas. La luna llena brillaba en todo su esplendor sobre un cielo claro y despejado tachonado de estrellas. Carla sentía ansias porque el autobús viniera pronto y pudieran llegar a casa sanas y salvas. Un grupo de chavales subían desde el pub, quizás para marcharse ya a casa, y Susana se fijó en uno alto y bien parecido. Cuando pasaron de largo Susana dijo:

-          -  ¿Has visto a ese pibe? Bufff.
-          - Ya vale, tía. Estás salida…
-        - Lo siento, pero no soy una amargada mojigata como tú. Me gusta la diversión y la noche es joven y hay mucha carne en el plato –se rio de su propio comentario.

Carla no pudo más que negar con la cabeza y poner los ojos en blanco con un suspiro.

Esperaron un poco más y los faros de un coche las deslumbraron desde el pub. Parecía un taxi por el letrero del techo. El vehículo parecía aminorar la marcha y giró hacia ellas, como si fuera a aparcar para dejar a alguien o preguntar algo. El conductor se inclinó para hablar con las chicas.

-          - ¿Vais a algún sitio?

Susana vió a un muchacho joven, pálido, delgado y con una enorme melena rizada. Su rostro inofensivo inspiraba serenidad y cierta fragilidad. Carla le reconoció, era Claudio.

-          - Esperamos el autobús para volver a casa.
-          - No os preocupéis por eso, subid.
-          - Pero…
-          - Subid, no os voy a cobrar.

Ambas se quedaron un tanto perplejas y se miraron entre sí. Carla le hizo un gesto con la cabeza a su amiga y Susana entró primero, sentándose a la derecha del vehículo, y Carla la siguió cerrando la puerta tras ella.

-          - Pues muchas gracias –dijo Carla-, nos haces un gran favor.
-         -  No hay de qué.
-          - Ella es Susana, la chica de la que te hablé.
-          - Encantado.
-          - ¿Tú eres Claudio, supongo?
-          - Eso es.
-          - Encantada.

La chica se inclinó para darle dos besos, aunque fueron casi en el aire ya que él no podía girarse por el cinturón de seguridad.

Él arrancó de nuevo y, girando a la derecha para bajar por el descampado, condujo el taxi entre el escaso tráfico. Susana miró a Claudio por el espejo retrovisor y se fijó en los ojos que tanto le había hablado su amiga. Ojos marrones, color avellana o miel. En ocasiones, con las luces del exterior, parecían ámbar, un ámbar rojizo. Pero cuando él se dio cuenta, enseguida apartó la mirada.

-          - ¿Y qué tal os ha ido la noche?
-          - Nada del otro mundo –dijo Carla-, la verdad es que he estado algo nerviosa todo el rato.
-          - ¿Por qué?
-          - Ya sabes… las noticias y todo eso.
-          - Tú no tienes nada que temer por ello, tan sólo disfruta y diviértete.
-          - Pero me da miedo.
-          - Lo supongo. Pero eres buena chica.

Susana miraba por la ventanilla, sobre los tejados de los edificios, contemplando la luna llena plateada que los controlaba desde las alturas.

-         -  ¡Qué bonita!
-          - ¿Qué? –preguntó Claudio.
-          - La luna llena –ella miró al chico por el espejo retrovisor-, está muy bonita esta noche.
-          - Es una noche peligrosa.
-          - ¿Por?
-        -  Pregúntale a Carla. Con ese cazador que anda suelto por ahí, la noche es el terreno de caza de los depredadores… y en una noche como hoy los gritos están por todas partes. Sería difícil diferenciar un grito de susto o trato a los de un crimen. Y dicen que en luna llena se cometen más actos delictivos.
-       - ¿No tienes otro tema del que hablar? –intervino Carla- Me da mal rollo eso y no he podido quitármelo de la cabeza en toda la noche.
-          - Lo siento.

Hubo unos momentos de silencio en el taxi hasta que Claudio volvió a hablar con una voz grotescamente burlesca.

-          - ¿Y si soy yo el asesino, chicas? ¿No os da miedo quedaros solitas conmigo?
-          - Claudio… -dijo Carla ya cansada, casi suspirando.

Él estalló en risas y asintió con la cabeza dando a entender que ya paraba de hacer bromas. Susana sonrió por lo bajo mientras miró de reojo a Claudio. Era una sonrisa de complicidad.

El chico dio un pequeño espasmo en su asiento. Se rascó la mandíbula con la mano en forma de garra. Luego dio dos fuertes mordiscos al aire. Aquello las dejó desconcertadas a ambas. Claudio inclinó entonces la cabeza a ambos lados bruscamente. Susana no pudo evitar reírse por lo bajo mientras que Carla no daba crédito a lo que veían sus ojos. ¿Qué le pasaba? No lo entendía. Un momento después, un aullido cortó de seco la risa de Susi. Claudio le estaba aullando a la luna. Mientras que Carla lo miraba con la boca abierta en silencio, Susana le preguntó mientras intentaba aguantar la risa:

-          - ¿Estás bien?
-          - No hay problema, no hay problema…

Pero Claudio ya no sonreía, de hecho, su semblante se había tornado serio y sombrío, casi agresivo. Sacudió la cabeza como si intentara despejarse de algo o alejar de su mente algún pensamiento que lo atormentara.

-          - No creo… -dijo Carla- no creo que debas estar conduciendo en tu estado.

Claudio lanzó un alarido que sobresaltó a las chicas. Un alarido animalesco y brutal. Comenzó a rascarse de nuevo la mandíbula y el cuello de manera compulsiva.

-          - ¡No quiero! –bramó Claudio, casi como si fueran ladridos- ¡No quiero más!

Comenzó a gemir mientras se agarraba los rizos, soltando el volante por algunos momentos. Era un gemido de dolor y desgarrador.

-          - ¡Claudio! –gimió Carla- ¿Qué te pasa? ¡Por el amor de Dios, habla!

Pero él no respondía, sólo arrugaba la cara en un gesto de terrible dolor, un dolor interno del que las chicas no tenían conocimiento y que sólo él podría conocer la causa. Susana se llevó las manos a la cara y se tapó nariz y boca. Estaba empezando a sentirse asustada.

-          - Por favor, para –dijo Susi-, nos queremos bajar. Estás mal.

Claudio se limitó a mirarlas por el retrovisor tras calmarse y, con una maliciosa sonrisa, se llevó el dedo índice a los labios y las ordenó callar mientras las miraba. Los ojos brillaban en rojo sangre con las anaranjadas luces de las farolas. Las chicas comenzaban a estar inquietas en los asientos traseros. Con rapidez, la expresión en el rostro de Claudio cambió de nuevo, mostrando un intenso dolor. Otra vez los gemidos agónicos y gritos de dolor interno. Se balanceaba delante y atrás en su asiento, sujeto por el cinturón de seguridad, ladrando y aullando.

Un pensamiento aterrador estaba en la mente de las muchachas: se habían confiado al asesino. Estaba teniendo un ataque de locura homicida, seguro. Las chicas estaban muy, pero que muy tensas atrás. Ya no había risas. Carla estaba estirada y pegada lo más posible al respaldo, con ojos desorbitados, aterrada ante el repentino comportamiento inusual y extraño de Claudio. Susana, por su parte, temblaba y no sabía muy bien si abrir la puerta y saltar a la carretera, si desabrocharse el cinturón, si esperar…

Claudio, al ver que Susana tanteaba el manillar de la puerta, aceleró aún más el coche, provocando gritos de las chicas, y él mismo comenzó a gritar al aire echando la cabeza hacia atrás. De un volantazo, se metió en una calle solitaria, casi un callejón. Las chicas no sabían que hacer, estaban aterradas. Poco a poco, Claudio disminuyó la marcha mientras las chistaba para que se callaran. Finalmente el taxi se detuvo y las chicas se fueron callando, pero seguían muy alteradas y permanecieron quietas y en silencio aguardando acontecimientos. Estaban hiperventilando, agarradas a cualquier sitio donde pudieran sostenerse y no ser lanzadas con la velocidad que el coche había tomado momentos antes. Estaban solas y a merced de un loco.

Por unos segundos todo quedó en calma. Todo en silencio. Entonces Claudio se volvió lentamente hacia ellas y las miró.

-        -  ¡No quiero que se repita! –bramó con todas sus fuerzas.
-          - Claudio ¿qué te pasa? No te reconozco…

Él se giró hacia el volante y continuó chillando y golpeando con las palmas de las manos el volante como un desequilibrado. Las muchachas comenzaron a chillar de nuevo e intentaron salir del coche mientras pudieran, aprovechando que estaba parado. Susana no fue capaz de abrir la puerta y comenzó a aporrear la ventanilla pidiendo ayuda. Estaban encerradas, atrapadas allí dentro con un lunático desquiciado. Había sido una trampa mortal para ellas y no tenían oportunidad de escape.

Entonces se dieron cuenta de que Claudio las miraba y lanzaba pequeños aullidos al son de los gritos de las chicas. Su boca estaba abierta y mostraba unos enormes colmillos animalescos. Sus ojos desorbitados se deleitaban con los chillidos de las chicas mientras que su boca se habría y se cerraba, mordiendo el aire con aquellos colmillos blancos y relucientes que, junto con su melena rizada, le daba un aspecto feroz y animalesco. Esos dientes no los podría tener ningún ser humano, imposible, sólo un perro de gran tamaño o un lobo podría poseer una dentadura así.

Claudio se volvió y salió del coche, encerrándolas a ambas dentro. Rodeó el automóvil por la parte trasera hasta llegar a la ventanilla de Carla. Con otro espasmo se desplomó en el suelo. Las dos, que acababan de desabrocharse el cinturón de seguridad, quedaron en silencio, a la escucha. Fuera todo estaba tranquilo.

De repente, el taxi dio una sacudida. Todo el vehículo empezó a temblar. Oscilaba de un lado a otro debido a las embestidas de Claudio desde el lado derecho, cerca de Carla. Parecía que intentaba volcarlo con ellas dos dentro. Cogió de los bajos del coche y comenzó a levantarlo. Aunque era delgado y menudo, tenía fuerza suficiente como para mover el vehículo. Ambas chillaban de nuevo dentro, ahora sin estar sujetas por los cinturones, se acurrucaron abrazadas en el centro de los asientos.

Claudio volvió a desaparecer bajo la ventanilla y cayó al suelo. Las chicas, aterradas, intentaron abrir la puerta de Susana, pero no podían, estaba cerrada. El miedo no les hizo ver que quitando simplemente el seguro, tendrían escapatoria. Golpearon la ventanilla tratando de pedir auxilio. Por el otro lado, donde había caído Claudio, éste se levantó de nuevo… o algo parecido a él… bajo la espesa melena se veía una cara de animal, con grandes colmillos afilados y pelo por todo el rostro, que nacía del negro y húmedo hocico. Las manos se habían convertido en un par de zarpas con garras afiladas que arañaban el cristal. Ellas volvieron a chillar, temblaban como un flan.

Claudio-lobo abrió la puerta de Carla, gruñendo, acercándose a las chicas poco a poco. Emitió un ladrido bestial. Disfrutaba del momento de verlas acorraladas. Entonces, dijo algo a medio camino entre una pregunta y un gruñido. Las chicas atenuaron sus gritos. Él volvió a repetir la pregunta:

-         -  ¿Tenéis miedo?

Claudio-lobo se llevó las zarpas a la cabeza y se arrancó la piel, o mejor dicho, la máscara hiperrealista de hombre lobo con la que les había asustado y, con una sonrisa, volvió a repetir:

-          - ¿Tenéis miedo?

Susana pasó de los gritos a las carcajadas, pasando por un leve momento de incertidumbre y total incredulidad. Carla sin embargo no reía nada, le miraba enfurecida por haberles gastado una broma de tan mal gusto. Aún tenía el corazón martilleándola el pecho de lo agobiada que se había sentido.

-          - ¡Sólo por este momento de gritos ha merecido la pena no haberos cobrado! La mejor invitación de mi vida.

Se echó a reír a carcajadas. Susana se iba calmando gracias a la risa, pero Carla seguía enfadada por haberla hecho pasar tan mal momento.

-         - ¿En serio? –exclamó Carla incrédula- ¡Eres un gilipollas! ¿Tú sabes qué mal trago me acabas de hacer pasar, imbécil?
-          - ¡Vamos chicas! ¿No tenéis sentido del humor? ¡Ha sido sólo una broma, no es para tanto!

Susana se fue calmando y divirtiendo con la broma. Él pasó y se sentó al lado de Carla, en los asientos traseros.

-        -  De verdad ¿Cómo lo has hecho? –preguntó curiosa Susana- ¿Cómo has sacado los colmillos y te has puesto la máscara?
-        -  Los tenía en la guantera, estabais tan asustadas que ni os habéis dado cuenta de que las había cogido. Y los colmillos…

Se los mostró en la mano y ambas vieron que no eran en absoluto realistas, es más, eran de los cutres en los que la dentadura de arriba está unida con la de abajo y son de plástico, de esos que venden en los bazares de todo a 100. Pasó un rato hasta que se calmaron por completo y Claudio hizo lo posible por tranquilizarlas. Se vieron tan tontas en ese momento, que hasta Carla soltó una risita mientras agachaba la cabeza y se apoyaba con la mano en la frente negando.

-        -  Venga –continuó Claudio-, ya vale de bromas, os llevaré a casa.

Volvió al asiento del conductor y se sentó, dejando en el asiento del copiloto las manoplas y la máscara. Pero Carla ya estaba nerviosa por la broma y por las noticias de los últimos meses. La verdad es que había sido una broma de muy mal gusto sabiendo lo nerviosa que ella estaba con el tema, pero Claudio era así, desde siempre. Debía habérselo olido. Aun así, ella se inclinó para tocar el hombro de su novio.

-        -  Claudio, hazme un favor anda.
-          - ¡Claro, dime!
-          - ¿La dejarías a ella en su casa después de dejarme a mí?
-          - Por supuesto, tranquila.

El resto del viaje fue normal, dejó a Carla frente a su portal y se despidieron. Arrancó de nuevo y puso rumbo a la dirección que le habían indicado. De vez en cuando lanzaba algunas miraditas furtivas a su pasajera y se dio cuenta de que ella hacía lo mismo.

-          - Bueno –dijo él, tanteándola-, ahora estamos los dos solitos en el taxi.
-          - Sí… -ella estaba nerviosa.
-          - ¿Y has pillado esta noche?
-          - ¿Qué?
-          - Que si has echado algún polvo.

Ella estalló en risas, incrédula de que acabara de hacerle esa pregunta.

-         -  No, por desgracia no.
-          - ¿Y eso? Pareces muy atractiva.
-          - Gracias, pero… no podía dejar sola a Carla y… la verdad es que sí habían algunos chicos que madre mía.

Claudio rio y añadió:

-          - Haber aprovechado, mujer. Carla ya es mayorcita, no la pasará nada. Y con lo decentita que es no se va a ir por ahí con cualquiera… créeme si lo sabré yo bien.
-          - ¡Y tanto! Me reprochaba cada vez que miraba a algún chico.
-          - Imagino que habrás acabado encendiendo el horno para nada.

Ella volvió a reír y confesó:

-          - Sí, me temo que sí.
-          - Bueno, la próxima vez será. Oye, Susana, perdona si fui llevé muy lejos lo de la broma de antes, no era mi intención que lo pasaseis tan mal.
-          - Tranquilo. La verdad es que me asusté bastante porque no entendía nada y todo era muy raro y… fue un poco como what the fuck?

Puso una mueca exagerada de incredulidad y Claudio sonrió.

-         -  A veces me paso con estas bromas. Las llevo muy lejos sin darme cuenta.

Claudio aminoró el coche y se detuvo, pero no era la calle donde vivía ella. No se había dado cuenta de la ruta ya que estaba demasiado distraída mirándole a él y a esa mano venosa manipulando las marchas. Sólo cuando comenzó a darse cuenta de que el viaje estaba siendo más largo de lo habitual, se percató y fue cuando el coche se detuvo. El chico se dio la vuelta y la miró con una sonrisa.

-        -  ¿Te apetece subir a tomar algo antes de irte a casa?
-          - ¿Dónde estamos?
-         -  En mi portal.
-          - Pero…
-          - ¿Quieres o no? ¡Vamos! No te hagas la remilgada ahora, he notado como llevas mirándome durante todo el trayecto.
-          - Pero eres el novio de Carla, no puedo…
-          - Ella no tiene porqué saberlo –él estiró un brazo y acarició su rodilla ascendiendo por el muslo-. ¿Te apetece? Será nuestro pequeño secretito. Sé que quieres marcha y yo también, con Carla no puedo tanto como quisiera.
-          - ¿Es una proposición de… sexo?
-       -   Es una proposición de lo que te apetezca, si quieres una copa charlando solamente y te llevo de vuelta a casa ¿qué me dices?

No estaba muy segura. Dudaba. Lo cierto es que le daba morbo la idea y como había dicho, había encendido el horno para nada, y aún lo tenía muy caliente. Pero era el novio de su mejor amiga, no podía hacerle eso a Carla. Pero sintiendo el roce de esos dedos por su muslo, acariciando la parte interna, bajo la minifalda, se decidió.

-          - Está bien.
-          - ¡Estupendo!

Ambos bajaron del coche y entraron al portal. Susana estaba muy nerviosa, pero a la vez excitada por la situación. Subieron en el ascensor y al llegar frente a la puerta, él le entregó las llaves para que sea ella la que abriera.

-          - Vamos –dijo él-, abre.
-          - ¿Yo? ¿Por qué yo?
-          - Me gusta la idea.

Ella rio y trató de introducir la llave en la cerradura, pero su pulso temblaba y no era capaz. Él se colocó detrás de ella, demasiado cerca, tanto que sus cuerpos se tocaban. Y cuando Susana sintió a Claudio empujándola con suavidad con su pelvis su trasero se puso más nerviosa aún y le entró la risa. Podía sentir que él también estaba excitado. Normal, la estrecha de Carla no le daba lo que necesitaba. Aun así ella estaba temblando y asándose.

-          - ¿Qué pasa? –preguntó él susurrándola al oído- ¿No puedes meter la llave? No puedes meterla ¿eh?
-          - ¡Para! –y estalló en carcajadas.
-          - Yo siempre la meto a la primera… entra muy suavecita.
-          - ¡Calla! –reía más de nuevo-. Como se entere Carla nos la vamos a cargar, yo no debería estar aquí.
-          - Pero estás, te gusta, y lo sabes…

En cuanto entraron y cerraron la puerta tras ellos, Susana se quedó asombrada del lujo del apartamento.

-          - ¡Wow! –exclamó la chica- tienes pasta ¿eh?


Se volvió con una sonrisa hacia Claudio, que continuaba parado frente a la puerta, y al mirarle se le borró la sonrisa de nuevo. Al mirar a Claudio directamente a la cara, éste mostraba una leve sonrisilla picarona y con la yema de su dedo índice acariciaba sus propios labios. ¡Y sus ojos! Ojos negros, vidriosos, unos ojos salidos del mismísimo infierno. Todo, absolutamente todo el globo ocular se presentaba de un rojo oscuro, casi negro, y brillaban en exceso. ¡Y no parecían lentillas! Incluso habían aumentado un cincuenta por ciento su tamaño…

jueves, 31 de marzo de 2016

El viaje

I

Laura intentaba recordar cómo había sido su padre. Lo estaba olvidando, y eso la asustaba. Olvidar a quien quieres asusta tanto o más que ser olvidada por la persona a la que quieres. Sus padres se habían conocido hacía años, en unas vacaciones, y se habían enamorado casi de inmediato. Se casaron, tuvieron a Jorge y poco después a Laura. Siendo ella muy pequeña, todo cambió.
Laura dejó el ramo de flores sobre la tumba de su padre mientras que su madre posaba su mano sobre el hombro de la chica. El día moría, el débil sol teñía de tonos dorados y ámbar el cielo y los cipreses. La lápida de mármol brillaba como el oro. En la tumba, fría y silenciosa, se mostraba una vieja fotografía de su padre, sonriendo y en plenitud. Parecía mentira que le hubieran matado por hacer el bien. No se lo merecía. Hacía tantos años que había visto esa sonrisa cara a cara por última vez, hacía tanto que no había escuchado su voz saliendo directamente de su boca… Hacía tanto tiempo que le necesitaba con ella sin poder tenerlo ni abrazarlo. Parecía irreal, como si todo hubiese sido un sueño, un magnífico sueño que terminó de manera trágica y que quedaba ahora muy, muy lejano. Sentía que de un momento a otro las lágrimas desbordarían sus párpados. Su madre la indicó que era hora de irse al empujarla levemente del hombro hacia el coche.
Ella, al sentarse en el asiento del copiloto, echó al suelo la mochila. La había llevado sobre sus piernas cuando su madre la recogió en el instituto esa misma tarde, y al bajar en el cementerio quedó sobre el asiento. A pesar de su gruesa sudadera gris y el verde gorro de lana, sentía frío. La temperatura había bajado considerablemente y, con la mochila en su regazo, no le daría de lleno la calefacción del coche. Se dio cuenta en ese momento que los bajos de sus vaqueros estaban deshilachados. Habían sido arreglados recientemente, pero otra vez presentaban esos odiosos flecos.
Necesitaba a su padre con ella, era su héroe, quien la había protegido y ayudado de pequeña, y ahora en la adolescencia ya no le tenía. Le quedaba su madre y su hermano, pero ella estaba muy liada tratando de sacarles adelante y él pasaba un poco de todo. La vida le era difícil, incluso en el instituto. Era un ser solitario. Sus gustos no eran compartidos por casi nadie, sus ideales tampoco, no se gustaba a sí misma y su aspecto le repugnaba por igual. Sentía que no encajaba en el mundo y eso la deprimía. Se sentía un auténtico desastre. ¿Por qué no podía ser como todo el mundo? ¿Por qué no podía alcanzar ni un atisbo, por mínimo que sea, de felicidad? ¿Qué era lo que estaba haciendo mal? Tantas preguntas sin respuesta… Y deseaba encontrar la solución a todas ellas. ¿Qué era lo que hacía con su vida? ¿Había tomado el rumbo correcto?
Parecía que últimamente sólo vivía para Álex, un compañero del instituto que le gustaba, y que tenía un grupo de rock. Pero sabía que de nada serviría que le hablase abiertamente de sus sentimientos. Le parecía un chico genial ¿cómo se iba a fijar en ella? Ella pensaba que no sería lo suficientemente buena para él, él pensaba que él no sería lo suficientemente bueno para ella. Y así se desprestigiaban a sí mismos sin saber que se necesitaban mutuamente. Ese día Álex se sentía fatal debido a que no era capaz de terminar lo que prometió, una serie de canciones nuevas para un evento. Aunque estaba en racha creativa, tenía problemas con los instrumentos, ya que se le habían estropeado y las canciones no se podrían tocar en esas condiciones. Laura intentó animarle. Pero ¿cómo ayudar y apoyar a alguien cuando una misma necesita de ayuda también? Se sentía desdichada. Además él estaba últimamente más distante, o eso le parecía a ella. Pensaba que lo había perdido todo. “Ya sólo queda soñar” pensó ella. Recordaba con añoranza y melancolía cuando se conocieron. “¿Eres hippie?” había preguntado él, a lo que ella respondió “No, soy pobre”. Aquel comentario le hizo estallar en carcajadas.
Y mientras regresaban a casa todo se veía en blanco y negro fuera. Día gris, edificios grises, vida gris. No había color, sólo monotonía grisácea y apagada.
Después de cenar y después de largas horas de hacer los deberes y las tareas para clase, se sentía exhausta y triste. Fue al baño antes de irse a la cama y se miró al espejo. Estaba más pálida de lo habitual, sus sonrosadas mejillas habían perdido también el color. Sus ojos verdes aceituna se mostraban cansados y eran sostenidos por un par de ojeras como un mapache. Llegaba el momento del sueño, de dormir, de la conexión con lo más profundo de sí misma, con el inconsciente o subconsciente. De olvidar por un momento la realidad y sumergirse en un mundo donde nada podía hacerla mal y no habría preocupaciones, aunque fuese por un momento. A veces ya dudaba hasta de sus creencias al ver tanta maldad en el mundo y sentirse tan sola.

II

Debía estar soñando, pero aún vestía sus jeans, su sudadera gris y su gorro de lana verde. Estaba parada en medio de una habitación, por llamarlo de alguna manera, en la que todo era luz, y una completa blancura se veía en todas direcciones. No se veía ni paredes ni esquinas ni puertas ni nada de nada, solo el color blanco irradiante.
De entre la blancura extrema, pudo distinguir una figura humana. Parecía un barón, bajito y delgado, sin pelo y vestido de un marrón claro. Poco a poco, la imagen se fue haciendo más nítida, y pudo comprobar que el hombre, o ser, llevaba barba también, una barba larga y espesa de color blanco, vestía una capa blanca reluciente (de un color parecido al mármol), lo que parecía un polo o un suéter beige, guantes blancos, un pantalón igual de inmaculado y botas que parecían de plástico duro o metálicas. Le llamó particularmente la atención el cinturón que llevaba: parecía llevar insertados varios dispositivos electrónicos o digitales. Pero lo que sin duda más captó su atención y asombro, fue el ser en sí. Parecía un extraterrestre de esos grises y cabezones. Su piel era gris plateada y poseía unos enormes ojos negros, pero tristones, bajo un prominente cráneo. Sus orejas eran puntiagudas como las de un elfo. El hombrecillo sonrió a Laura y le dijo, con una voz suave como el terciopelo que acarició sus oídos:
- No temas. Estoy aquí para llevarte a un viaje. Mi nombre es Kaez-Kou.
- ¿A dónde me llevarás?
- A un mundo hecho a la medida de cada cual. A un viaje de descubrimiento y conocimiento. Estoy aquí para ayudarte. Y no, no necesitas pasaporte para el lugar al que vas.
Él hizo un gesto con la mano para que ella se adelantase hasta una plataforma que no había visto antes. Era una pequeña plataforma de un par de metros cuadrados, metálica, que flotaba a escasos centímetros del suelo. Tenía una columna de un metro que terminaba en una especie de panel de controles. Kaez-Kou subió y Laura le siguió. El misterioso hombre pulsó algunos botones y una esfera de luz les rodeó, a la plataforma incluida. La burbuja en la que se encontraban desprendía un brillo dorado, como una estrella, pero en su superficie transparente se veían colores entremezclados, como aceitosos y líquidos, como si fuese una pompa de jabón gigante. Kaez-Kou pulsó algunos controles más y la imagen blanca que antes veía dio paso a un cielo estrellado. Un cielo estrellado arriba, abajo, adelante, atrás, a derecha y a izquierda. Flotaban por el espacio, pero la plataforma aún mantenía la gravedad y ambos estaban perfectamente de pie sin sentir efecto alguno. Estaban muy cerca de la luna, entre las órbitas de la Luna y la Tierra, pero más cerca del satélite que del planeta.
- ¡Oh! Espléndida luna –comenzó a recitar Kaez-Kou-, que aún llena de cicatrices eres preciosa y das luz por las noches a la Tierra, mantienes su órbita estable. Eterna compañera desde tiempos inmemoriales, inseparables, guías su rumbo y mantienes la vida en el planeta. Tu atracción mantiene su núcleo caliente, sin ti moriría y quedaría a merced del abrasador sol y del frío de su interior. A meces le haces estremecer a ese planeta, pero eres quien mantiene la vida en él. Sin ti daría vueltas sin rumbo ni sentido, sólo por monotonía e inercia… ¡Oh! Espléndida luna, no te alejes de él, por favor.
Laura quedó desconcertada. Él la miró con una sonrisa.
- ¿No te suena esta historia?
Ella negó con la cabeza, fascinada con lo que veía fuera de aquella cápsula… tantas estrellas, todo el universo, el cosmos maravilloso y sobrecogedor de grandeza y belleza.
- ¿Te sientes pequeña?
- Sí… infinitamente.
- Demos un paseo por el cosmos.
Le enseñó todos los planetas del Sistema Solar, algunos planetas extrasolares, constelaciones, el cinturón de asteroides, etc. Finalmente, llevó su vehículo hasta una inmensa y colorida nebulosa, llena de estrellas y polvo estelar que resplandecía multicolor.
- ¡Es preciosa! –dijo Laura.
Los ojos de la chica resplandecían con un brillo especial. Sonreía encantada y maravillada por la gran belleza del universo. La gran nebulosa se presentaba brillante y hermosa, mucho más de lo que había visto en las fotografías de astronomía de sus libros de texto del instituto. Y la experiencia no se podía comparar ni remotamente.
- Mira ¡Cuanta belleza! –Dijo él- Un pequeño desnivel en las fuerzas que crearon todo lo que ahora tus ojos contemplan y nada de lo que ves existiría. Ni siquiera nosotros. Sólo un pequeño desnivel… pero ahí está. Todo está ahí debido a la perfecta combinación de fuerzas y materia. Una combinación exacta y perfecta. ¿Aún crees que esto es por casualidad? Con sólo variar una cien millonésima parte de las fuerzas que rigen el cosmos, de las cuatro fuerzas elementales, de la materia y antimateria o de la energía en sí y nada de esto existiría. Nada. Se podría decir que el cosmos es perfecto. Estás viendo la belleza del cosmos y ¿aún dudas de Dios?
Ella no estaba muy convencida de si le decía todo aquello sólo para reafirmarla en sus creencias y que se sintiera mejor con ella misma o si lo decía porque realmente era así. Lo cierto es que lo que él decía parecía tener sentido. Es mucha casualidad que la mezcla sea perfecta y que la materia orgánica se haya desarrollado hasta formas de vidas complejas.
- Alguien lo hizo –dijo Kaez-Kou-, y ya sabes quién. No debes alejarte de él.
- Pero a veces me cuesta… me he replanteado muchas cosas, ando perdida, desorientada… ¿por qué no me sale nada bien?
- Eso no es cierto.
- ¡Sí que lo es! Me esfuerzo y me esfuerzo, caigo mala y no me da tiempo a entregar los trabajos, por ejemplo y…
- Vamos a ver. Piensa en el chico ese, Álex ¿Por qué le admiras?
- Porque es muy bueno, es dedicado y entregado a lo que le gusta…
- A él le gusta lo que hace y no consigue terminarlo ni teniendo todo el tiempo del mundo ¿qué mérito tiene eso? A ti sin embargo no te gusta tanto muchas de tus asignaturas, apenas tienes tiempo y lo logras terminar ¡Ah! Y no sólo eso, también con buena nota. Ahora dime, dejando sentimentalismos a un lado ¿cuál de los dos casos es más digno de admiración? Porque te diré una cosa; si le pones a él casi en un pedestal por ello, mírate a ti misma y valora tu esfuerzo también y ponte en otro pedestal aún más alto. Porque para ser justos, a él le estás sobrevalorando mientras que a ti misma te estás infravalorando. No te quites mérito, que lo que tú haces tiene mérito, y mucho. Acéptalo.
- Pero es que…
- Es que nada. Sé objetiva. No te quites mérito ni se lo des a quien no lo tiene. ¿Y sabes acaso por qué no te atreves a dar el paso para estar con él? ¿Por qué no le hablas de tus sentimientos?
- Sé lo duro que es que te ilusionen para nada… Hace tiempo estuve saliendo con un chico y fue una mala experiencia… No quería volver a enamorarme, lo hice y jugaron conmigo y con mi corazón… Ahora no puedo hacerlo, no quiero que me vuelvan a hacer daño y sé que él no se fijaría en mí, por lo que prefiero callarme y guardármelo para mí. Será lo mejor.
- No digas eso.
- Es la verdad.
- No lo es. Mira, te llevaré a un sitio.
Él se volvió e introdujo algunas coordenadas en el panel de mando. Entonces todo el cielo que tenían delante de ellos desapareció y en su lugar se mostró la casa de Álex. La ventana de su habitación estaba iluminada y poco a poco la esfera se fue acercando a ella.
- Tranquila –dijo Kaez-Kou-, no nos puede ver. Asómate.
Ella lo hizo y vio a Álex frente al ordenador con un vaso de café al lado. Álex se levantó y abandonó el cuarto. Kaez-Kou le pasó una especie de prismáticos a Laura y le dijo que mirara. Al hacerlo, vió lo que Álex estaba escribiendo en el ordenador. Era un cuento con dedicatoria para ella.
- ¡No está escribiendo sus canciones! –exclamó Laura atónita.
- No, las ha dejado de lado.
- Pero si estaba en racha, me dijo que tenía un auge de creatividad musical que debía aprovechar.
- Y es cierto. Pero al saber que estabas mal, dejó todo eso a un lado y se puso a hacer algo con lo que intentar alegrarte. Para él, tú eres mucho más importante que su música. Por eso se centra ahora en eso en vez de en su música. Así de importante eres para él.
- ¡Oh, vaya! No sabía… Pero no debe desaprovechar esos momentos de creatividad musical por mí…
- ¡Ay, Dios! Si no lo hace, porque no se fija en ti ni le interesas; si lo hace, no quieres que lo haga… Laura, él te quiere, y aunque no te lo demuestre, en privado, vela por ti siempre. No digas que cierras la puerta cuando hay mucha gente que te quiere y se interesa por ti. Además, obviamente, de tu familia… Tú eres su Luna y él es la Tierra. Tú le mantienes vivo y eres su modelo a seguir. Aunque no te lo creas…
- Comprendo.
- Ahora iremos a otro sitio.
Pero al introducir las coordenadas, la esfera no se trasladó y permanecieron en el mismo lugar en el que estaban. Sonó un sonido amortiguado de escape de aire por unos momentos y un gemido como el de un motor de coche que no arranca.
- Vaya, no va. Nunca te fíes de la tecnología, siempre te falla cuando menos te lo esperas.
Kaez-Kou le propinó un golpe con la mano abierta al panel de mandos y la máquina reaccionó, trasladándolos al nuevo destino, un paraje boscoso con árboles gigantes y extraños. Él sonrió y dijo:
- A riesgo de resultar tópico en el género masculino, una buena hostia arregla cualquier aparato.
Ella echó a reír en carcajadas al oírle hablar tan vulgarmente. Kaez-Kou desconectó la burbuja para poder salir. Ambos se bajaron y ella aspiró el aroma suave de la tierra húmeda y sintió en su rostro la suave brisa fresca que hacía cantar a las copas de los árboles.
- Ahora –dijo el hombrecillo-, ahora tendrás que continuar tú sola.
- ¿Continuar? ¿A dónde?
- Hasta la casa del Cuervo, una casa en medio del bosque con forma de seta. Es un gran tipo, aunque un poco olvidadizo.
- Pero ¿cómo llegaré? Me perderé.
- No lo harás. Confía en tu instinto y llegarás por el camino correcto hasta ella. Dios te guiará, hazme caso, tan sólo ten fe. Allí hablarás con el Sr. Cuervo. Antes debes tomar el barco.
- ¿El barco?
- Sí, por el río, está justo detrás de esos árboles. Espérale y te quitará gran parte del camino. Adiós y buena suerte en tu viaje.
- Pero… ¡Espera!
Pero Kaez-Kou y su máquina desaparecieron en un santiamén, como si se hubieran teletransportado a otro lugar delante de sus ojos.

III

Ella se quedó sola y asustada en la entrada de aquel bosque espeso. Le encantaban los bosques, los árboles y la naturaleza, pero tener que enfrentarse ella sola a uno desconocido le daba pánico y no sabía qué podría hacer si se encontraba en caso de peligro. Con miedo y sin saber muy bien hacia donde ir, comenzó a caminar hacia la espesura, con los altos árboles de gruesos troncos flanqueándola. Se sentía tan pequeña allí, tan pequeña e insignificante. Más o menos como cuando Kaez-Kou le había mostrado el espacio exterior. La verdad es que allí afuera, los problemas parecían mucho más pequeños e insignificantes. Tomó valor y, paso a paso, fue avanzando. En un momento dado, se detuvo en seco sin saber por dónde ir cuando llegó a un cruce de caminos. Había cuatro carteles, el que señalaba hacia donde ella había venido ponía “Salida”. El que apuntaba hacia el frente ponía “Loquilandia”, el de la derecha “3,1416landia” y el de la izquierda “Posada rocosa que te guía”.
- Continúa, ui –dijo una vocecilla aguda.
Ella se dio la vuelta y no vio a nadie. Bajó la mirada y vio a una cobayita en el suelo que le devolvía la mirada.
- ¡Uy, pero qué cosita tan mona! –dijo Laura agachándose para acariciarla.
- De mona nada, soy una cobaya y ui.
Laura dio un salto atrás al oírla hablar. La cobaya mostraba un rostro con el ceño fruncido de mal bichorrata y dijo:
- Vamos, continúa, ui.
- ¿Puedes hablar?
- ¡Pues claro que puedo! Ui ¿Qué creías? Vamos, continúa, ui.
- ¿Pero hacia dónde debo ir? Necesito tomar un barco, no sé dónde está…
- En el puerto, ui.
- ¿Y dónde está el puerto?
- Ui, en el agua.
- A ver… lo haremos de esta manera ¿qué camino debo tomar para llegar al agua donde hay un puerto y en el que cogeré un barco?
- ¡Ah! Así sí está todo claro, uiui. Pues debes ir hacia la derecha.
- ¡Oh, vaya! Gracias.
- De nada, ui.
Laura se volvió para ponerse en marcha cuando la interrumpió de nuevo la cobaya.
- ¡Ui, ui ui uiiiiiiii!
Ella se dio la vuelta y la miró. La cobaya puso ojitos y dijo:
- Ui ¿Me llevas contigo, ui?
- Claro, ven aquí pequeñita.
Ella se agachó para recogerla y la tomó entre sus brazos.
- Por cierto, ui –dijo la cobaya-, me llamo Uiui.
- Yo Laura, encantada.
- Ui, igualmente, ui.
- ¿De verdad eres un cobaya?
- Oui.
Y el camino se hizo más ameno mientras charlaban y Laura acariciaba el suave pelaje largo de la cobaya y la daba mimos. De vez en cuando, la levantaba en el aire y restregaba su nariz contra la naricilla del bichorratita como si la diera besitos de esquimal. Llegaron al puerto, que no era más que una madera sobre el agua a modo de muelle.
- Ui, ahora espera el barco.
- ¿Cuándo llegará?
- Pronto, ui, no tardará. He de irme, ui, ya no tengo nada que hacer aquí.
- ¡Espera! Antes de irte… ¿por qué me has acompañado hasta aquí y ahora te vas?
- Ui, estabas asustada e indecisa en el bosque. No sabías lo que te encontrarías, ui, por lo que tan sólo te ayudé a que lo cruzaras y vieras que no pasaba nada malo por adentrarte en algo nuevo, sólo tendrás experiencias que contar… No debes temer nada en aventurarte a probar cosas nuevas, ui.
La cobaya pegó un salto de sus brazos al suelo y echó a correr de nuevo hacia el bosque.
- ¡Gracias, bichorratita!
- Uiiiiiii.
Y Laura esperó y esperó, y se sentó para descansar mientras tanto. Finalmente vió una forma triangular blanca bajando por el río tras los altos arbustos a lo lejos. Se puso en pie de un salto. Sus ojos se abrieron como platos cuando apareció ante ella un gigantesco barco de papel de unos tres metros de altura comandado por un bebé gigante de rostro sonrosado y un solo diente. ¡Tenía el tamaño de un adulto! El bebé, de ojos celestes y un rizo dorado en medio de la frente, rió y chilló al modo en que lo hacen los niños pequeños. Estaba desnudo salvo por el gigantesco pañal que llevaba.
- ¿Éste… éste es el barco que debo tomar?
El bebé chilló de nuevo, asintiendo y sin dejar de sonreír. Ella se acercó cautelosa por el muelle hasta la borda de papel y saltó dentro. El barco se inclinó y ladeó, se sacudió de babor a estribor hasta estabilizarse y continuó su marcha por el río. El bebé gigante estalló en risas y ruidosas carcajadas chirriantes. El enorme pañal se desabrochó y dejó al descubierto un trasero sonrosado pero pálido debido a los polvos de talco. El bebé se puso serio y comenzó a llorar mientras se lo volvía a abrochar con el imperdible. Su llanto era ruidoso y agudo, por lo que Laura, al verlo intentó consolarle. No podía soportar ver a un bebé llorando, aunque fuese un bebé de metro setenta y cinco. Poco a poco el niño gigante se calmó y sus lágrimas dieron paso a las risas de nuevo. ¡Bendita inocencia! Siempre tan felices y ningún problema parece tan grave para ellos. Cualquier cosa se olvida pronto y continúan siendo felices y riendo siempre.
Ella se sentó en la popa del barco a meditar mientras el bebé gobernaba la embarcación. ¡Qué extraño era todo! Un bebé gigante, un barco de papel, una cobaya que hablaba, aquel ser viejo, raro y bajito que se hacía llamar Kaez-Kou… y lo de Álex. ¿Sería verdad que pasaba las noches pensando en ella? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué ha hecho ella para que se fijara en una chica así? ¿Quizás debía declararse? Uiui había dicho que no debía temer nada y que debía afrontar con valentía el aventurarse. ¡Bah, qué tontería! Era todo un sueño, no podría ser de otra manera, estaba soñando, sólo eso y nada más.
La brisa arrancaba a la vegetación melodías tan enternecedoras y bonitas que era imposible no emocionarse con ellas. Laura se quitó su gorro y se recogió el pelo, puso el gorro debajo de su cabeza, el moño encima del gorro y se tumbó a disfrutar de la melodía. Poco a poco, los párpados se le fueron cerrando y quedó dormida, mecida por las olas, abrigada por la música.

IV

Los pájaros cantaban, aunque desafinaban de vez en cuando. Cantaban concretamente una pieza de ópera. Laura se despertó en el barco, estaba amarrado en el puerto, en otro distinto del que habían salido, obviamente. El bebé gigante, sentado frente a ella, rió y chilló. Tomó una lata y la puso frente a su cara. Se puso una fundita en el incisivo que sobresalía de su boca. Clavó su único diente en el metal y lo usó de abrelatas. Tomó un plato y una cuchara que tenía al lado (y que Laura no sabía de dónde lo había sacado, ya que el barco no tenía ningún sitio donde guardar nada). Vertió el contenido de la lata en el plato y se lo sirvió. El bebé se lo entregó riendo con esos dos suaves mofletitos sonrosados temblando como la gelatina. A ella le dio un poco de asco al principio, pero enseguida lo devoró por completo. Después de terminar, el bebé le indicó que debía bajarse y le señaló un camino.
- ¿Por allí es la casa del Cuervo?
El bebé, para variar, sonrió, emitió un alegre chillido y asintió mientras volvía a poner rumbo río abajo. Según se alejaba, el pañal se le volvió a desabrochar y arrancó de nuevo en llanto hasta que colocó el imperdible y las carcajadas volvieron de nuevo, y se iban atenuando a medida que el barco se alejaba. Laura también se echó a reír al ver aquello. ¡Qué personajillo más gracioso y entrañable!
Comenzó a caminar, adentrándose por el húmedo bosque a través del retorcido sendero que se interrumpía de vez en cuando por las ramas de los gigantescos árboles. De vez en cuando veía algunas enredaderas púrpuras con flores azules abrazadas y ascendiendo por los gruesos y rugosos troncos. El aroma la embriagaba ¡y sentía tanta paz caminando sola por la naturaleza!  Los rayos solares se filtraban por entre las frondosas copas de los árboles, que brillaban con un resplandor verdoso. El sonido de un riachuelo de aguas cristalinas le llegaba desde algún lugar muy cercano. Era un lugar ideal para meditar y reencontrarse con el yo interior.
Dos mariposas blancas se cruzaron en su camino, volando en espiral, dejando un rastro de polvos brillantes como las hadas, danzando entre ellas y perdiéndose de nuevo entre la maleza. El camino continuaba y continuaba, y ella no llegaba a la casa, y estaba temerosa de haber cogido un camino equivocado. Quizás no se había dado cuenta y habría cogido un sendero erróneo mientras contemplaba la Naturaleza a su alrededor. Hasta que llegó a un claro donde se encontró con una edificación.

V

En medio del bosque halló una casa de lo más peculiar. Su construcción parecía de barro o de algún material similar. Su forma era de seta gigante. Una pequeña estructura circular era la planta baja y que, por el aspecto, servía de entrada. El porche ocupaba toda la casa en círculo a juzgar por lo que podía ver, y estaba lleno de macetas con plantas y sillas de madera. La planta superior era circular, en forma de cúpula aplanada, con ventanas panorámicas distribuidas a lo largo de las paredes, y hacía a su vez de techo del porche. En el centro del cóncavo tejado se vislumbraba una pequeña protuberancia que supuso que era la chimenea. Un poco indecisa, se aproximó al porche y subió los pequeños peldaños hasta el entablado de madera. Alargó la mano, dispuesta a llamar, cuando la puerta se abrió sola para permitirle el paso, asustándola y haciendo que diera un pequeño respingo. Por unos segundos se quedó inmóvil frente a la puerta, mirando el interior de la estancia sin ventanas. Parecía ser el salón recibidor, y no había más que unos sillones con una mesita en el centro y una escalera de caracol detrás. Así de sencilla era. Avanzó unos pasos hasta cruzar el umbral y miró dentro. La salita era circular, ocupando todo el tallo de la seta que era la casa. Todo parecía tan moderno y tan normal que desentonaba con ese mundo en el que se encontraba. Se fijó entonces en algo que le llamó la atención: una ramita seca metida en un pequeño frasco similar a una botella sobre la mesita del centro.
- No tengas miedo, pasa.
La voz masculina le hizo pegar otro brinco y, sin previo aviso, la cara de un hombre joven, poco mayor que ella, apareció desde su izquierda, desde detrás de la puerta. Mostraba una sonrisa amigable. El hombre, moreno y de nariz aguileña, vestía enteramente de negro con ropas que parecían haberse confeccionado con fibras naturales.
- Tú eres a quien debo ayudar, supongo. Te estaba esperando.
- ¿Cómo sabías que iba a llegar?
- Eso no importa. Entra.
Ella lo hizo y él cerró la puerta detrás de ellos.
- Pareces sorprendida.
- La verdad es que sí, un poco. No sé, me imaginaba encontrarme con un ave o un cuervo con forma humana como el conejo de Alicia en el País de las Maravillas.
- Bueno, algo así soy. Verás, yo en verdad era un cuervo, pero en el pasado hice algunas cosas malas y me involucionaron a ser humano. Hasta que no pague mis deudas con el cosmos tendré que vagar con esta dichosa forma. Algún día lo conseguiré, sólo espero que sea antes de que coja el tren.
- ¿Tan grave es lo que hiciste?
- No, pero cuesta mucho más reparar un daño que hacer el daño en sí. Cinco veces más, para ser exactos. Para que todo se equilibre de nuevo es necesario que sea así.
- ¿Por eso me han mandado aquí? Para que puedas lograr evolucionar ayudándome…
- ¿Te ayudo yo o tú me ayudas a mí? Esa es la cuestión simbiótica. En fin. Vamos al lío. Primero te enseñaré la vivienda, mientras estés aquí, éste será tu hogar. Mañana empezaremos el viaje.
El Cuervo la condujo hacia las escaleras de caracol, mientras ella le seguía. Al subir a la planta superior, vio un sofá con otra mesa y, enfrente de las escaleras, la chimenea. En sus paredes circulares había cinco puertas. Las dos que quedaban frente a la escalera, a ambos lados de la chimenea, daban al dormitorio la de la derecha y a la cocina la de la izquierda. La puerta que estaba a la derecha del dormitorio, a la izquierda mirando desde la chimenea hacia la escalera, era el cuarto de baño. En el otro lado, entre la cocina y la escalera, había dos puertas más. La más próxima a la escalera llevaba a una especie de trastero y la que estaba entre el trastero y la cocina era una sala a medio camino entre salón y biblioteca.
- Pero, un momento… sólo hay un dormitorio y una cama, ¿no pensarás que…?
Él estalló en carcajadas.
- No temas por eso, normalmente es mi cuarto, pero ahora sólo lo usarás tú.
- ¿Yo? ¿Y dónde dormirás tú?
Él hizo un gesto con la cabeza hacia la biblioteca.
- Prácticamente hago vida en esa sala. Paso las noches en ella. Muchas veces incluso duermo ahí. Hay un sofá cama, pero aunque sea un simple sofá me vale para dormir. No me costará acostumbrarme dormir allí. Aunque… también es verdad que una vez me quedé dormido en las macetas del porche.
Ella estalló en carcajadas.
- Sí, y otra vez en la bañera mientras se llenaba.
- ¿Qué? –dijo la chica sin poder contener la risa.
- En serio. Me metí y la puse a llenar mientras. Me fui relajando y escurriendo hacia abajo mientras que el agua caliente subía. Estaba tan cansado que me quedé frito y no me enteré hasta que el agua me llegaba a la barbilla.
Ella reía a carcajadas hasta que exclamó:
- ¡No me lo puedo creer! ¡Qué fuerte!
- Fuerte fue el despertarme… pensé que me ahogaba. Y hablando de baños, supongo que querrás uno, asique te dejo tranquila en privacidad. Yo me meto a la biblioteca –hizo un gesto con la cabeza hacia la biblioteca antes de señalar al baño y agregar-. Allí dentro tienes ya todo lo que necesites, muda limpia y todo.

VI

Y el baño la reconfortó de veras. El agua era sencillamente perfecta, ni muy cálida ni muy fría. Fue muy relajante y se sintió tan ligera y suave después de salir. Y el pijama era cómodo y suave como ninguno. Jamás se había sentido tan bien después de un baño y con el pijama aterciopelado. El albornoz, ligero pero confortable, era igual de cálido. Se acarició las manos y los brazos, y los componentes del jabón, fueran los que fueran, le habían dejado una piel tersa y suave como la de un bebé. Miró por la opaca ventana (la única en toda la casa de ser así) y se dio cuenta de que ya había anochecido. Al salir al salón, descubrió que El Cuervo había dispuesto la chimenea para ella, y el calor agradable la adormilaba. Sentía ganas de sentarse (o incluso tumbarse) en el sofá frente al fuego y relajarse hasta dormir profundamente. Pero no, decidió que lo mejor sería ir a la biblioteca y decirle que ya había terminado. Cruzó el salón y tocó en la puerta con los nudillos.
- ¡Pasa!
Ella abrió la puerta y se encontró con El Cuervo inclinado sobre la mesa y con un montón de papeles y libros distribuidos por encima del mueble. La sorprendió verle con gafas de ver revisando aquellos escritos. Él se bajó las gafas a la punta de la nariz y la sonrió.
- ¿Qué tal? ¿Buen baño?
- Por supuesto. ¡Ay! Estoy exhausta. El cansancio me puede.
- Che, che, che… alto ahí jovencita. Aún hay algo que debes hacer antes de descansar.
- ¿El qué?
- Acompáñame.
Él salió de la biblioteca y la llevó hasta la cocina. Abrió la puerta y en la mesa de la brillante y blanca estancia descubrió la cena dispuesta para ella.
- ¡Oh, vaya! Gracias. No tendrías que haberte tomado tantas molestias.
- ¡Tonterías! A partir de mañana puedo dejar de hacerlo, pero hoy, siendo el primer día, debo quitarte trabajo. Estarás cansada.
- ¿Y tú no cenas?
- No. Me quedaré aquí contigo, pero no tengo hambre. Más tarde si me entra apetito vendré a picar algo.
Ella se sentó frente al suculento plato y él frente a ella. Comenzó a engullirlo, casi sin degustar el sabor, por delicioso que fuese, debido al hambre que tenía.
- Y… ¿qué es exactamente lo que se supone que hago aquí? Es decir ¿por qué me han enviado a verte?
- Debo instruirte. Ayudarte a encontrar el camino de vuelta a casa, a tu casa.
- ¿Ayudarme a encontrar el camino de vuelta a casa?
- Sí, debes recorrer un largo camino para volver y yo seré tu tutor en ese viaje que has de emprender. Por supuesto, yo estaré contigo y te acompañaré en el viaje hasta el final.
- Pero… no entiendo.
- Verás, tú estás aquí por algo. Porque debes aprender algo. Y yo debo ayudarte a que alcances ese conocimiento. Por eso te han enviado a mi casa. Y así, además, hago mi buena acción para lograr volver a mi forma animal.
- Pero ¿aprender el qué?
- Lo que no sepas.
- ¿Cuánto tiempo estaré aquí? ¿Cuánto tiempo antes de volver a mi mundo?
- El que haga falta. No se pueden forzar las cosas. Hay que ir poco a poco fluyendo con las circunstancias y aprendiendo.
- Pero… ¿y si me quedo aquí para siempre? ¿Y si no logro saber qué es lo que necesito conocer o aprender y me quedo aquí atrapada para siempre?
- Eso no es posible.
- ¿Por qué no?
- Porque nadie ajeno a este mundo se queda aquí para siempre. Nadie. Sólo se está de paso. Vienen, se aprenden, y se marchan. Y créeme que el hecho de que estés aquí es una bendición, no todo el mundo tiene la suerte de ser dotado con la iluminación con la que te marcharás de aquí.
- Pero ¿qué es esto? ¿Qué es este mundo o dónde estamos?
- No lo sé. No sabría decirte. Para mí este mundo es igual de real que el tuyo. Para mí ha estado aquí siempre. Es como si te preguntara a ti de dónde vienes o de qué dimensión procedes, te costaría explicarlo. Lo único que sé es que hay otra gente que viene temporalmente para que se le ayude, así ha sido siempre, pero no sé ni de dónde viene ni porqué.
- Es tan complicado todo esto. No logro entender nada.
- En este mundo no se puede entender nada. Ni tú ni nadie entiende nada aquí.
Ella se había terminado la cena y El Cuervo dijo:
- Ahora vete a descansar, necesitarás fuerzas para mañana, hemos de hacer un largo camino.
Y ella se fue a dormir, las sábanas eran tan suaves y la cama tan blandita. Casi ni le dio tiempo a darse cuenta de ello, porque al calor de las mantas se quedó dormidita enseguida.

VII

El día amanecía de nuevo. Los pájaros cantaban, haciendo píos guturales de heavy metal. La chica se levantó y bostezó mientras se estiraba. Miró por la ventana y fuera hacía un día radiante. Tras vestirse (su ropa estaba perfectamente limpia y planchada al pie de la cama) se hizo una trenza y se dirigió a la cocina donde El Cuervo leía más apuntes suyos.
- Buenos días ¿has descansado bien?
- Genial. Necesitaba un descanso así.
- Estupendo.
Ambos desayunaron. Después él se puso una capa negra por encima de sus ropas (que seguían siendo negras al igual que la capa) y le dijo a ella que tomara su gorro. El Cuervo tomó la botellita con la rama seca y se la guardó en un bolsillo. Luego salieron a pasear, o eso creía Laura, hasta que llegaron a un camino que se dividía.
Laura miraba la bifurcación extrañada. El camino de la izquierda era retorcido y tortuoso, pero solitario; el otro era llano y más recto (aunque tampoco es que fuera perfecto) pero estaba lleno de gente que apenas avanzaba en una enorme cola que se perdía hasta donde alcanzaba la vista. E incluso, tenían que estar ayudándose unos a otros para salvar los obstáculos.
- Bien, Laura, ¿por dónde quieres ir? Todo el mundo escoge el camino de la derecha ¿ves? –Dijo El Cuervo- ¿Quieres tomarlo tú también?
- ¿A dónde llevan?
- A donde quieras ir. En tu caso, ambos te llevarán a casa.
- ¿Ambos?
- Sí.
- Entonces escojo el de la izquierda.
- ¿Por qué?
- Porque está libre de gente.
- ¿Y? ¿Has visto la cantidad de obstáculos que hay en ese? Rocas, ramas, baches, curvas…
- Me da igual.
- Pero aquel es mejor, por algo lo escoge todo el mundo.
- ¿Y de qué me sirve escoger ese? Llegaré más rápido por el de la izquierda. No será recto y perfecto, pero tampoco hay una masa de gente que me retrase en llegar a donde quiero ir.
- Muy bien, pequeña. Entonces, adelante pues… Pero yo no puedo ayudarte a atravesar todo, aunque vaya contigo.
De modo que se aventuraron por aquel siniestro y retorcido camino y por primera vez a Laura se le pasó por la cabeza la idea de si no habría realizado una mala elección. Primero, un bache enorme que cortaba por completo el camino y tuvieron que saltar, luego un enorme tapón de rocas que cerraba el sendero entre dos acantilados que se alzaban cientos de metros a ambos lados del camino y tuvieron que escalar, más tarde un denso paraje de vegetación cuyas ramas hacían bastante difícil atravesarlas… Pero ella no se rendía y peleaba, peleaba y hacía hasta lo imposible por continuar. Pero ella quería conseguir su meta. El otro camino sería más fácil con la ayuda de la gente, pero la retrasaría para llegar hasta su destino. El Cuervo seguía sus pasos. A veces estaba exhausta, a veces le fallaban las fuerzas y sólo se frustraba y quería llorar y tirar la toalla. Pensaba que nunca lo lograría sola, que nunca llegaría a su ansiada meta, y El Cuervo se limitaba a seguir sus pasos. Laura acabó por rendirse, se paró, se acurrucó y sollozó.
- ¿Sabes por qué te pasa esto? –Dijo El Cuervo- Por haber escogido hacer este camino.
- ¡Era más fácil el otro!
- Pero tendría menos mérito. Aquí lo estás logrando tú sola, con tu propio esfuerzo, y cuando llegues al final, lo valorarás más que si has seguido a la multitud y has hecho lo que ellos, ya que no lo habrás logrado tú sola, habrás sido parte de una masa que te llevaba por su cauce… Esto que estás haciendo es muy, pero que muy valiente por tu parte.
- ¡Ya vale! Estoy harta de seguir con esto, en verdad ya no quiero seguir. Vete y déjame en paz. Sólo quiero volver a mi casa.
- Tranquila, lo comprendo, cálmate.
- Es muy duro esto y tú sólo te limitas a seguirme por donde yo he pasado y no me ayudas nada. Eres un egoísta.
- Sólo dejo que tú sola logres lo que te propones, sólo eso.
- Lo siento, es que…
- No me pidas disculpas.
- Sí, te dije cosas muy feas después de lo bien que me has tratado.
- Laura, es muy duro y estás sometida a mucha tensión, lo entiendo perfectamente. No me pidas disculpas. Todos tenemos derecho a enfadarnos, no eres perfecta, ni tu ni nadie. Todo el mundo se siente así a veces, pero sólo quiero hacerte comprender que lo que estás logrando, lo estás haciendo tú sola sin la ayuda de nadie. Quiero enseñarte la fortaleza que tienes y a veces sólo necesitas un empujoncito para seguir adelante. No quiero presionarte, sólo concienciarte. Lo siento si te exigí más de lo que podías dar y no tuve paciencia contigo. Si hay alguien que debe pedir perdón aquí soy yo, lo siento mucho, campeona. ¿Me perdonas?
Ella se calmó y asintió. El Cuervo sacó el frasco con la ramita, y ella se dio cuenta de que le habían crecido tres hojas: dos amarillas y una naranja. Al verlo, ella le preguntó:
- ¿Cómo es que han crecido hojitas?
- Es mágica.
- ¿Mágica?
- Exacto. Las hojas amarillas representan los días que hemos estado juntos, dos días, ayer y hoy, y las naranjas los obstáculos que vamos sorteando con éxito, uno, el camino tortuoso.
- ¡Miau! Qué curioso… y bonito.
Entonces ella se secó las lágrimas y miró hacia atrás, miraba a todos los grandes obstáculos que ya había sorteado, y lo había logrado ella sola. No recordaba que hubiesen sido tantos, se sentía abrumada incluso por la cantidad de impedimentos que había dejado atrás ya. ¿De verdad había conseguido atravesar por todo eso ella sola? Si había podido hacerlo, podría llegar también a la meta ella sola ¡Claro que sí! El Cuervo tenía razón. El mérito era mayor, era más duro, sí, pero la victoria tendría mejor sabor. Decidida, se puso en pie de un salto y continuó caminando un poco más.
- ¡Vamos allá! Tú puedes… eres independiente, fuerte y segura. ¡Esa es mi chica!
Entonces llegaron a una curva, donde se cruzaron dos criaturas gemelas. Dos criaturas semejantes a niños pero con caras de señores. Eran muy bizarros. Se pararon frente a Laura y El Cuervo y los miraron.
- Ñe, ñe, ña, ¡ñeeeee! –dijo uno de ellos, el que tenía el rostro más alegre.
- Po, po, po, pooooo… -exclamó el que tenía la cara más amargada.
- ¡Ñiiiii!
- ¡Po!
- Ñuu, ñi, ñeño…
- Pooo po. Po.
El Cuervo y Laura se miraron entre sí. El Cuervo se acercó a ella y le susurró:
- ¿Te has dado cuenta?
- ¿De qué?
- El alegre tiene mejor conversación, el apático es siempre lo mismo…
- ¿Pero qué dicen?
- No lo sé, pero se nota el amplio vocabulario del alegre.
Los dos seres continuaban charlando entre ellos.
- Ñe, ñañaño, ñiiiii.
Echó a correr mientras que el otro ser, el de la cara agria, corrió detrás de él gritando:
- ¡Pooooo!
De un grito Laura detuvo a ambos niños viejos que se alejaban corriendo e hizo una seña al enfadado para que se acercara.
- ¿A qué viene esa cara larga? Anímate y sonríe.
Ella se inclinó y, con una sonrisa, ella se inclinó y le dio un beso sobre la arrugada frente. El niño viejo sonrió por fin y pegó un brinco.
- Paaaa, pe pi.
- ¿Ñaaa? ¡Ño ñuñi!
- Pu pi, pa pe pi.
El pequeño ser fue al encuentro de su compañero corriendo y dando saltos de alegría. El Cuervo y Laura echaron a reír. Retomando el camino, él dijo:
- Lo has hecho muy bien en el camino. E incluso ahora.
- Pero ha sido muy costoso y sacrificado.
- Pero eso dignifica y te hace sentir más útil. Y mira, además te ha dado el positivismo de alegrar a ese pequeño. Lo estás haciendo muy bien.
- Gracias.
- Dios no regala nada, sólo recompensa a aquellos que se esfuerzan. Sé tú misma, ábrete y continúa siendo tan amigable como eres hasta ahora, y todo irá bien, no tienes que cambiar, sólo ser tú misma como hasta ahora. Y respecto al trabajo y los estudios, trabaja, tómate tu tiempo de descanso, pero no lo dejes de lado, y los aprobados continuaran llegando como hasta ahora. Apuesto que el camino hasta mi casa no lo has hecho del tirón, habrás descansado.
- Sí.
- Pues eso. Poquito a poco se va lejos.
Al llegar a un punto del camino, éste se oscurecía mucho unos metros más adelante. Era como si la oscuridad se hubiera ensañado con el sendero y parecía casi de noche unos metros por delante de ambos. Ella se sentía insegura, aún al lado de El Cuervo, y se detuvo en seco. Todo estaba oscuro, incluso ellos, el color parecía haberse apagado hasta quedar una tonalidad de grises. Laura se acurrucó junto al Cuervo. Más allá, entre la oscuridad, la chica pudo distinguir una silueta siniestra. Una ráfaga de aire gélido les azotó y entonces Laura pudo ver con total claridad que frente a ellos se encontraba La Muerte, con su guadaña lista y afilada, blandiéndola en el camino.
- ¡No! No puedo cruzar por ahí…
- Tranquila, tienes que hacerlo, ten fe. Sé fuerte por el amor de Dios.
- No.
- Avanza.
- No puedo, por favor…
- Venga, adelante, no pasará nada…
- ¿Estás seguro?
- ¡Claro que sí! No te voy a dejar que corras ningún peligro. Confía en mí.
La chica avanzó cautelosa, despacio, y se fue acercando a La Muerte poco a poco. Ésta blandía ante sí la guadaña y entonces Laura pasó corriendo rauda y veloz, esquivando la hoja de acero que pasó silbando sobre ella. Escuchó que alguien la chistaba, ella se paró en seco y se volvió.
- No pensaba hacerte daño, sólo era una prueba de valor.
Ella hizo caso omiso, se dio la vuelta y continuó corriendo hacia adelante, donde veía que el camino se aclaraba y volvía a ser de día y colorido. Allí, sentado sobre una roca, se encontró con El Cuervo.
- ¿Cómo es que estás aquí? –bramó ella.
- Eso no importa. Lo que importa es que has sido muy valiente enfrentando tus miedos y atreviéndote a cruzar. No te iba a pasar nada, pero eso no lo sabías tú, y aun así reuniste el coraje suficiente para avanzar incluso cuando estabas asustada de lo que te podría esperar más adelante. Aún a pesar del miedo, has avanzado hacia adelante. ¡Bravo, chiquilla!
- ¡Eres un estúpido! No sabes lo mal que lo he pasado…
- Tranquila. Aquí nada puede dañarte. Vamos, continuemos.
Continuaron caminando por largo rato sin que hubiera más obstáculos aparentes. A través de un claro del bosque, Laura vio algo resplandeciendo en el mismo. Detrás de los árboles, las ramas y las enredaderas, vio unas estructuras de piedra brillando a la luz del sol. Ella sintió curiosidad y se desvió momentáneamente para ir a investigar. El Cuervo la siguió. Al llegar al claro, pudo ver frente a sí las ruinas de un viejo caserón, o eso le pareció. Las paredes estaban erosionadas por el tiempo, se mostraban mohosas y con vegetación devorando la piedra. Parecía tener al menos un millar de años.
- ¡Qué preciosidad! –exclamó ella.
Sintió un empujón por su espalda, leve y suave, pero decidido. Miró hacia atrás y vió que era la rama de un árbol, y éste le sonrió con amabilidad, entornando los ojos, mientras hacía un gesto con su rama (o brazo) para que se adelantara. Ella avanzó.
- ¿Hola? –Preguntó a medida que se acercaba.
Algo se movió dentro de las ruinas. Parecía acercarse porque podía oír sus pisadas en la grava y las ramas. Desde detrás del umbral de una puerta sin ella apareció un anciano de barbas largas y blancas, como un druida o un viejo mago. Se sostenía en un retorcido bastón de madera, que parecía más una rama encontrada en algún lugar del bosque que un instrumento confeccionado para tal uso.
- ¡Hola, joven! –Dijo el anciano con voz profunda y grave- ¿Estás buscando algo?
- El camino de vuelta a casa, pero no sé si nos hemos perdido.
- No, no os habéis perdido. El Cuervo te llevará hasta allí. Lo que pasa es que aún no has perseverado lo suficiente. Quien algo quiere, algo le cuesta, y tú aún no has caminado lo suficiente para encontrarlo.
- Estoy hecha polvo, ya he caminado mucho, desde ésta mañana.
- Si has llegado aquí a estas horas, lo supongo. Y aún te queda un buen trecho por recorrer. Ven, siéntate y descansa un poco –El Cuervo permanecía en silencio, observando, distante-. No tengas prisa.
Laura se acercó al anciano y se sentó sobre un tronco cortado, de esos que usan los leñadores para clavar los hachas. Ella miró las ruinas, se veían preciosas, mágicas y misteriosas.
- ¿Vive usted aquí?
- ¡Qué jovencita tan educada, me llama de usted! Pues sí. Aquí vivo, es mi morada desde hace décadas.
- Es un lugar muy bonito pero no debe ser muy práctico para vivir. Está derrumbado por todas partes y el viento y la lluvia deben…
- Muchacha, soy el hombre más rico de todo este mundo. No padezco de frío ni humedad.
- ¿El hombre más rico? ¿Y dice que vive ahí?
- Sí, así es. Mira tus ropas de hippie ¿acaso por eso eres pobre? La riqueza no reside en cosas materiales ni en lujos, si no en la riqueza del corazón, el cariño que te profesen y sobretodo en el cariño que des… y con eso nunca se tiene frío, aunque duerma en los montes helados. Es un calor que te llena y te abriga por completo. Soy millonario aunque no tenga ni una sola moneda. Soy millonario porque tengo el cariño de muchos y es lo que les doy, el amor y el respeto. La humildad es la base de la riqueza. Yo veo criaturas con todo tipo de lujos materiales y me dan pena, porque sólo tienen dinero. Y así no se aprecian las verdaderas cosas importantes de la vida. Así no se descubre el valor de algo ni de alguien.
- Ya veo… en eso lleva usted razón.
- Claro que la tengo. Una sonrisa no cuesta mucho de darla, pero vale mucho para quien la recibe. Un pequeño gesto hacia alguien, lo mismo. Ya viste lo que conseguiste con esos dos niños viejos del camino… Quizás no te hagas famosa con eso, ni salgas por la televisión e incluso seguirás siendo anónima… pero lo que sí que recibirás será emociones, gratitud y amor. Llegarás a tener una comprensión más profunda de las cosas, más empatía, recibirás lo que el dinero no puede comprar y eso es lo más valioso de la vida. Ser rico no consiste en cuánto tienes, si no en cuánto das… y tú eres millonaria, Laura. De verdad.
- Pero eso no siempre es así… Hay veces que das cariño y afecto y no lo agradecen.
- Peor para ellos, al menos sabes que tienes una buena moral, creces como persona y con cada buena acción que haces, crece el amor en tu corazón, aunque los demás no lo vean ni lo valoren. Y otra cosa buena es que, a pesar de las decepciones, no dejas de hacer el bien a todo el mundo, y eso sí que es valioso. Mantenerse íntegro y seguir haciendo el bien, con cariño y respetando, a todo aquel con quien te encuentres en el camino. Para ser la mejor no debes tener lo mejor, si no dar lo mejor de ti. No todo el mundo hace eso. Los golpes duros de la vida transforman a las personas, a los egoístas los convertirán en monstruos y a la gente humilde les hará mejores personas y más empáticas con el dolor ajeno. No debes preocuparte por tus bienes materiales, no son lo principal, lo primordial es la riqueza del alma y del corazón y de eso veo que tú también eres bastante afortunada.
- No. Ojalá sea verdad, pero no es cierto. No soy buena.
- Una mala persona nunca lo reconocería, eso te hace ser humilde y modesta. Claro que lo eres. Lo que pasa es que no te has dado cuenta aún. Veo brillar tu alma. Has ayudado a gente que estaba mal aun cuando tú también lo estabas, como a ese niño viejo. Has seguido tu forma de ser aun cuando la moda apuntaba en otra dirección, como con esa muchedumbre que bloqueaba el camino derecho. Has tenido la valentía de avanzar sola aun cuando nadie te acompañaba en tu camino y sentías miedo, como con el espanto de La Muerte… Eso dice mucho de ti. Nadie lo haría tan fácilmente.
- Pero no tengo amigos ni amigas, cada vez que voy a una fiesta me quedo apartada mirando e imaginando las vidas de la gente, sin interactuar… me siento muy sola.
- Ábrete a los demás. Habla con ellos. Ya que amigos y amigas sí tienes, pero has de dar el paso. Con esa belleza del corazón que tienes, cautivarás a mucha gente, sobre todo a aquella que sepa apreciar la verdadera riqueza. Y la soledad vale para reencontrarse con el yo interior sin ser influenciado por las ideas y las modas externas. Y otra cosa, cuando vas a esas fiestas ¿a que no te aburres?
- No ¿por?
- Eso demuestra lo valiosa que eres. Sólo se aburren las personas vacías, sin mundo interior, y tú eres una fuente de riquezas e imaginación. Vence tu timidez tal y como has vencido tu miedo para recorrer ese camino hasta aquí, a pesar de que pensabas que estabas sola y te sentías perdida, has avanzado firme y con decisión, y esa es la clave del éxito. Eres una jovencita muy madura y con la cabeza muy bien amueblada para tu edad. Aunque dudes, tienes convicción. Aunque temas, avanzas. Aunque te sientas caída, te levantas, te limpias y avanzas. Aunque te sientas sola, sigues siendo tú misma y no te vendes para encajar. Eres fiel a ti misma y a tus principios. Eres fuerte y tu carácter es muy sólido.
- Soy una niña llorica.
- Todo el mundo tiene derecho a llorar. Pero tú sin embargo no tiras la toalla, te secas las lágrimas y vuelves a la carga. Aun cuando sepas que un camino va a ser duro, lo afrontas con valentía si sabes que eso va a ser lo mejor. No te desahogas hablando, eres lo suficientemente fuerte como para seguir adelante tú sola sin compartir esa carga con nadie. Y se necesita más fuerza para callarse que para desahogarse. Tienes un alto sentido del deber y de la moralidad. ¿Cuántas personas de tu edad hoy en día pueden decir lo mismo?
- No lo sé ¿cuántas?
- ¡Oh! No lo sé –el anciano se vio desconcertado-, era una pregunta retórica. Pero es igual, sé que son poquísimas. ¿Sabes? Eres especial porque eres única. Tú y sólo tú eres la dueña de tu vida y es por eso por lo que puedes ser fuente de atracción para muchas personas, pero has de darles la oportunidad de conocerte y, todo aquel que sepa ver lo que hay en ti, lo valorará.
- ¿En serio?
- Claro. Como Álex, él se enamoró de ti porque eres única. No tienes que cambiar ni ser como el resto de la gente para gustar a nadie, ni siquiera a ti; si dejases de ser tú misma, dejarías de gustar a quien de verdad sepa apreciar lo que hay en tu interior. Si nadie se ha fijado en eso, quizás es porque estén ciegos, pero eso no es culpa tuya. La gente debería aprender a ver. Eres una chica íntegra. La pregunta no es ¿por qué no eres como el resto de la gente?, la pregunta es ¿por qué el resto de la gente no es como tú?
- Es muy bonito todo esto, gracias.
- No es bonito, es la verdad. Sabes trabajar, eres luchadora, no te rindes nunca y… eso al final da sus frutos. Sólo tienes que dejar a un lado los miedos y las inseguridades y comerte el mundo. Valora tus defectos y tus virtudes y si no puedes mejorar tus defectos, acéptalos y reconoce que esos son tus límites. Te exiges demasiado a ti misma y eso a veces es una carga que llevas sobre tu espalda. Pero nadie es perfecto. ¿Acaso después de pasarte las horas estudiando y haciendo los deberes has suspendido alguna vez?
- No, nunca.
- ¿Ves? El esfuerzo tiene su recompensa al final.
- ¡Pero a qué precio!
- No hay nada gratis en la vida, y tú tienes créditos suficientes para hacerte con el mundo entero. Tanto en lo profesional como en lo sentimental. Eres millonaria, pero no puedes malgastarlo con cosas o personas que no merecen la pena, debes saber elegir bien antes de aventurarte en una inversión. Claro que siempre pueden haber pérdidas, pero si todo sale bien, habrá ganancias, y ganancias suculentas. Sé de lo que hablo, por algo soy el hombre más rico de por estos lares.
Ella sonrió, casi con lágrimas en los ojos, y agachó la cabeza mientras que el viejo la alzaba al cielo.
- Debéis iros ya, pronto anochecerá.
Ella se levantó del tronco y se puso de pie frente al anciano, le dio un abrazo y le sonrió.
- Gracias, señor más rico del mundo.
- No olvides lo que te he dicho, eres única y valiosa, y debes gastar tus créditos con quien sepa valorarlos. Déjate conocer.
- Muchas gracias, lo haré. ¡Buen día, señor!
Y ella se marchó junto con El Cuervo, con energías renovadas y la autoestima más alta. El árbol con cara y ramabrazos la despidió con otra sonrisa balanceando a ambos lados su ramabrazo en alto. Laura se sentía mucho más segura de sí misma.
Pasaron por una región desértica. Hacía calor, pero era soportable, aun con sudadera y gorro de lana. Después de pasar unas colinas rocosas, llegaron hasta una playa llena de minerales gigantes, cristalizados, con formas geométricas. Y el aire podía pasar entre ellos y al rozar, producían música, iluminándose de diferentes colores al son de la melodía. Era tan relajante. Al fondo, a lo lejos, en un cabo, se podían distinguir dos torres, aparentemente en ruinas, y con enredaderas gigantes que ascendían por las inmensas columnas de piedra. En la pequeña colina, había un caminito que subía hasta una cueva de la que salía unas canciones angelicales. En la bahía pasó de nuevo el barco de papel con el niño gigante riendo como de costumbre, y saludó a ambos desde el barco.
EL Cuervo y Laura se instalaron en la cueva al crepúsculo. En el horizonte, sobre el brillante mar, se podía ver el cielo de un tono malva que se iba difuminando a un azul marino a medida que ascendía. Soplaba una brisa fresca y húmeda, aunque agradable de temperatura. Laura, asombrada mientras contemplaba las vistas sentada desde la cueva, no pudo evitar comentar la belleza del lugar, a lo que El Cuervo replicó:
- Es bello, pero es triste por igual.
- ¿Triste?
- Sí. Cuenta la leyenda que cada gota de éste mar que se extiende ante tus ojos es una lágrima que la gente a derramado por algún ser querido que ya no está.
- ¡Oh, vaya! Es triste.
- Sí… pero no estamos aquí para estar tristes. Hay que ser feliz. Mira, adivina quién soy.
EL Cuervo puso una cara arrugada y contrajo el ceño y, encogiendo también el cuello, se puso a ladear el cuerpo diciendo:
- Po po pooo…
Laura comenzó a reír ruidosamente mientras se balanceaba adelante y atrás. Aquella imitación era buenísima. Ella cogió un mineral similar al carbón y se pintó una perilla y un bigote y se hizo pasar por un francés. Entonces él intentó pintarse también, pero como era tan moreno no se le notaba nada y ella se partía de risa al ver al pobre Cuervo hacer intentos en vano por dibujarse algo en la cara para hacerla reír.

VIII

Ya se estaba haciendo tarde. No tenían dónde refugiarse para pasar la noche. Llegaron hasta la orilla de un arroyo y se asentaron bajo un árbol del que colgaban farolillos que iluminarían el lugar. El Cuervo metió la mano en su bolsillo y de él sacó una gran bolsa, imposible que cupiera en su bolsillo, pero el caso es que lo hizo. Y de la bolsa sacó una tienda de campaña y le pidió a Laura que le ayudara a montarla. Con una fogata afuera, ambos se sentaron en torno al fuego bajo las estrellas y charlaron sobre diversas cosas.
Después de cenar, El Cuervo comenzó a tocar la armónica e intercaló la música con la canción. La letra hablaba de exóticos parajes y aventuras épicas. A Laura le agradó, pero le hubiera gustado mucho más si la letra no hubiera hablado de cosas tan épicas, si no de algo más humilde, como por ejemplo la belleza de un atardecer, la vida casera o el amor de una pareja de ancianos.
- Álex también compone –dijo Laura-. A veces me pedía ayuda para escribir alguna letra o alguna rima.
- ¿Tú también compones?
- No, sólo le ayudo cuando lo necesita. Me pregunta algo y yo le respondo pues pon esto o lo otro… le voy dando ideas, lo primero que se me venga a la cabeza.
- Eso está bien. Y tú eres más de cerebro izquierdo.
- ¿Qué?
- Que usas más la lógica y eres capaz de tener una respuesta artística o intuitiva, es decir de la parte derecha del cerebro, al instante, de inmediato. Si te dedicaras a ello serías buenísima en creatividad. No te dedicas a ello y lo eres igualmente… Debes de serlo si eres capaz de tener ideas que proporcionarle tan rápidamente y que le valgan. Esa es otra cosa por la que debes sentirte orgullosa. Habilidades que no explotas y aun así eres buena en ello. Sin menospreciar a ese Álex, pero más grave es lo suyo, que se dedica a ello y tiene que estar recurriendo a otras personas para que le ayuden en lo que en teoría se le da bien.
- No… no es así, es que…
- ¡Es que nada! Es así. Y es lo que demuestras. Y tienes varios logros en tu currículum, de estudios, de llegar a otras personas, de luchar, de valores, eres culta... y eres única y especial. ¿Sabes que dijo una vez Johnny Depp?
- ¿Conoces a Johnny Depp?
- ¡Claro! ¿Cómo no?
- ¿Qué dijo?
- “Creo que todo el mundo es extraño. Deberíamos celebrar nuestra individualidad y no estar avergonzados de ella”. Es una buena frase. ¿Puedo hacerte una pregunta?
- Dime.
- ¿Por qué te empeñas en ver lo bueno de Álex y no en lo bueno que tienes tú? Él es burdo, se enfada por tonterías, no es culto, ni se le da bien sus propias habilidades… Tú eres educada, paciente, inteligente, sabes hacer bien lo tuyo y lo que no estás acostumbrada a hacer… Eres comprensiva con él, con todo el mundo, tienes altos valores que ya casi nadie tiene, no te dejas arrastrar por las masas, tienes tus propias ideas y eres firme con ellas, ayudas a la gente sin esperar nada a cambio, haces ejercicio, lees…
- No es verdad…
- Si fueses tan mala ¿por qué han habido tantos chicos detrás de ti? Quizás no haya salido bien, o tú los rechazaste porque no te conviniesen o no te gustasen, pero iban detrás de ti… ¿Y qué me dices de esos ojitos verdes que tanto les gusta a la gente? Eres muy perfeccionista y te exiges mucho a ti misma, tienes mucha autodisciplina, más aun que muchos adultos… eso en parte es bueno, pero tampoco puedes dar más de tus posibilidades ni exigirte más de lo que puedes hacer, porque te acabaras enojando contigo misma. No tengas miedo a fracasar, no pasa nada, a todos nos pasa alguna que otra vez. Aprende del error y sigue adelante. Eso sólo son obstáculos para ir aumentando nuestro aprendizaje por nuestra vida.
- ¡Para!
- Nadie que te haga sentir inferior por ello merece la pena en tu vida. Conócete, cambia lo que no te guste de ti, acepta lo que no puedas cambiar y disfruta de tu persona. Sé feliz. Ya has logrado cambiar a otras personas y para mejor, has logrado que sacaran lo mejor de ellos mismos e intentaran superarse, con sólo tu presencia… y lo has hecho tú solita. Y eso es muy, muy valioso. Es algo muy grande ¿sabes?
Se escuchó algo a lo lejos. Ambos miraron. Vieron una escena un poco desconcertante. Pingüinos en remolacha dando patadas en el trasero a Edgar Allan Poe. El Cuervo volvió a mirarla y continuó diciendo:
- Tú mamá siempre te alentó a ser mejor. Te dio una educación impecable, de eso no hay duda, tuvo confianza en ti y no la has defraudado. Cuidas de ella y de tu hermano aun cuando tú misma necesitas ser cuidada y amada. Eso es grandioso. Espléndido. Eso demuestra tu buena educación.
- Pero mi pa…
- Tú papá ya cumplió con su deber en el mundo. Hizo todo cuanto pudo y más por sus semejantes… Vivió poco, pero lo vivió bien, ayudando a todos cuanto podía, superándose a sí mismo como debes hacer tú, siguiendo su ejemplo… El murió haciendo el bien hasta el final, él te educó y él te enseñó muchas cosas. No te entristezcas por el final, da gracias a Dios porque pudiste conocer a alguien como él, que marcaría tu vida en la dirección correcta. Ese es su legado para ti y tú deberías continuarlo. Desde algún lugar te estará viendo, y se sentirá muy orgulloso al ver lo que estás haciendo y de lo lejos que puedes llegar… pero también se sentiría triste si te viese así, y no vale con que te lo guardes para ti, porque ahora puede ver en tu corazón… Bueno, ahora debes tomarte un tiempo para pensar en todo esto, te dejaré sola. Medita y encuéntrate contigo misma, con tu verdadero ser.
Y ella lo hizo y comenzó a darse cuenta lo que todos en aquel extraño mundo intentaban decirla una y otra vez, empezó a darse cuenta de lo que todos querían hacerla ver: su vida era maravillosa a pesar de las dificultades. Ella valía mucho, muchísimo. Y era cierto, a veces ponía a personas por delante de ella, cuando ella misma era la persona más importante de su vida.
A la mañana siguiente, amaneció con una copla pajarofónica. Tanto Laura como El Cuervo se preparaban para partir. Entonces Kaez-Kou hizo su aparición de nuevo, pero mostraba un rostro serio. Llamó a El Cuervo con un gesto para que fuera hacia él y así lo hizo. Mientras, Laura esperaba tranquila y en silencio.
El Cuervo regresó, había recibido un mensaje con dos noticias, una buena y otra mala. La buena era que por fin había hecho méritos para evolucionar y recuperar su forma de cuervo al ayudarla a realizar el camino hasta casa. La mala era que ahora El Cuervo debía hacer un viaje en tren para no volver. Ese mismo tren que tanto temía que llegara. Al menos le consolaba que haría el viaje con su forma natural, habiendo quedado limpio y habiendo pagado su deuda.
El Cuervo le entregó a Laura un colgante, un obsequio casi imprescindible para la protección y el equilibrio en ese mundo. Eran dos pirámides formadas por cuatro triángulos equiláteros cada una, y estaban entrelazadas de manera que, se mirase por donde se mirase, su silueta siempre formaba una estrella de seis puntas. Estaban hechas de algún tipo de cristal, una de ellas, incrustada boca arriba, era de un blanco translúcido; mientras que la otra, boca abajo, era negra y opaca como el azabache. Ambas, sin embargo, parecían estar llenas de microscópicas partículas brillantes multicolores semejantes a la purpurina, pero mucho más finas. Por más que lo inspeccionó, no encontró el método por el cual se habría podido confeccionar semejante joya. No parecía haber ninguna fisura ni ninguna juntura por la cual ambas pirámides se hubieran unido, daba la sensación de que hubiesen sido talladas a partir del mismo cristal. Pero de ser así ¿cómo las habrían coloreado? Incluso por dentro de la pirámide blanca se podía distinguir el contorno de la negra. Ella no sabía a qué se debía ese regalo, pero tampoco preguntó al ver el rostro serio y meditabundo de El Cuervo.
- Laura, hemos de ir a la estación, me marcho. Pero Kaez-Kou te llevará hasta tu hogar.
- ¿Qué? ¿Cómo que te marchas?
- He de hacerlo.
- Pero…
- Laura –se paró en seco y se volvió hacia ella tomándola suavemente de la mandíbula con ambas manos-, escúchame, debes ser fuerte, como siempre lo has sido, tienes que prometerme que serás fuerte en lo que te queda de camino y cuando vuelvas a casa.
Él retomó la marcha y la chica se quedó atónita y, siguiéndole, tan sólo llegó a musitar:
- Pero… no entiendo nada. No quiero que te vayas.
Él avanzaba, avanzaba intentando estar por delante de ella. Más que nada para ocultar sus lágrimas. Estaba contento por ella, porque volvería a casa con algo aprendido, e incluso estaba contento por él, por haber logrado que se le concediera volver a ser cuervo de nuevo (y todo gracias a ella), pero no quería montar en el tren. Sin embargo, no quedaba más remedio, y ahora él debía ser fuerte también, por ella y por él mismo.
Laura había pasado toda la noche llorándole en aquella estación cuando le dijeron que había llegado el final. Más gente se había unido a ella: Uiui, los niños viejos, el señor más rico del mundo, el bebé gigante, Kaez-Kou y un montón más que Laura no conocía. Todos mostraban una profunda tristeza por su partida y las despedidas siempre son duras. Pero ella se lo estaba tomando peor que ninguno con diferencia. El Cuervo la acariciaba intentando consolarla, y su mano helada como el hielo le producía un escalofrío al tacto. Él había sido como un segundo padre para ella y ahora lo iba a perder también.
- No te entristezcas porque esto se acabó –dijo El Cuervo-, da gracias a Dios porque sucedió y te impulsó a tratar de ser mejor.
Ella tenía los ojos nublados de lágrimas y no quería soltarlo. Se aferraba a él con una fuerza increíble para su edad. Ahora mismo era como una niña. Volvía a ser esa niña de antaño, como cuando perdió a su padre.
- ¡Oh, vamos pequeña! He de partir ya…
- Llévame contigo.
- No, no puedes venir. Pero nos volveremos a ver.
- ¿Cuando?
- Dentro de mucho, mucho tiempo. Pero estaré esperándote.
- ¿Y si me olvidas?
- Eso nunca, pequeña. Y aunque no me veas, estaré muy cerca de ti.
- ¿Cómo?
- ¿Recuerdas todas y cada una de las historias que te contaba? ¿Todo lo que te he enseñado y lo mucho que hemos reído?
- Sí…
- Pues cada vez que lo recuerdes, estaré ahí para darte impulso, para hacerte fuerte… Cada vez que recuerdes mis cuentos estaré ahí para contártelos de nuevo… Ahora tengo que partir chiquitina. El tren me espera.
Se levantó y se quitó su capa y tomó el frasco con la ramita. Estaba llena de hojas naranjas, de logros, pero no quedaba ni una sola amarilla, las de los días que habían pasado juntos. Todas esas se habían marchitado, por lo que significaba que era el fin. Se lo entregó a la niña y dijo:
- Toma, esto es para ti.
- No me digas adiós, aún no, por favor…
- No es un adiós, es un hasta luego. He de irme –le dio un beso en la frente-, pero siempre estaré contigo. Siento no poder quedarme más… te quiero, no lo olvides.
Él subió al tren y atravesó la puerta. Tras el cristal, él sonreía compasivo a la niña que lloraba desconsolada en el andén. Pero sabía que en el fondo no podía ser egoísta y debía dejarle partir por mucho que le doliese. Ella se resignó a dejarle marchar y saludó con su manita mientras las lágrimas rodaban por sus ojos. Volvió a escuchar sus palabras en su cabeza: “estaré contigo, es solo un hasta luego”. Ella intentó sonreír para que él pudiera marchar contento, y él también esbozó una sonrisa. Una sonrisa radiante mientras que la luz del interior del tren le proveía de un aura y se le veía hasta más joven y muchas de sus arrugas parecían haberse borrado de su rostro. Ambos se despidieron con la mano mientras que el tren se alejaba y él con el vagón, y a la pequeña se le encogía el corazón mientras apretaba contra ella las escasas pertenencias que le había legado. Le pareció distinguir a lo lejos que El Cuervo ya no poseía forma humana, si no que había logrado adquirir por fin su forma de ave, y eso le alegró dentro de lo malo. Pronto, el tren se había alejado por completo y ya no quedaba signo ni del convoy ni de él a la vista, sólo una capa y el frasquito en sus manos.

IX

Todo estaba oscuro. No veían nada, pero podían oir sus voces. Kaez-Kou le dijo a Laura:
- Hay veces en la vida en las que crees que nada tiene sentido y quieres dejar de luchar, de tirar la toalla y escapar del mundo. A veces quieres huir y cambiar toda tu vida sin importar nada ni nadie. Recuerda cuando eras pequeña, como el bebé comandante del barco. No había nada que te preocupara. Todo era más fácil. ¿Reconoces a aquella chiquilla risueña y alegre? Tenías a quien te cuidase y se preocupaba por ti. Quien te protegía y te cuidaba. Y había quien apartaba los problemas y lo daba todo por tu felicidad. ¿Y ahora qué? Oscuridad y frío, pesimismo y apatía por todo… ¿Pero sabes qué? No hay una manera más perfecta de ser, que ser uno mismo. Admitiendo tus errores y valorando tus aciertos. Porque, gracias a que eres millonaria como el señor más rico del mundo, hay gente para la que tú eres lo más importante del mundo. Todos tienen días malos, pero eso es porque se valoran los días buenos y se echan de menos cuando no están. Todos se empeñan en sonreír ante los problemas para ser fuertes, para fingir una fortaleza que no llegan a poseer en verdad, engañando al mundo… sin darse cuenta de que el llorar no les hace más débiles, simplemente les hace más humanos. Las verdaderas lágrimas demuestran que dentro de esas personas que lloran hay sentimientos que moverían el universo. No se puede reprimir los sentimientos, déjalos fluir. No por eso serás peor. Aunque a veces el mundo te parezca duro, piensa que aún estás en él y tienes la suerte de poder cambiarlo. ¿Añoras todo el viaje que has vivido?
- Sí…
- Pero también has sufrido al realizarlo ¿verdad? Has llorado y te has frustrado…
- Cierto.
- Pero apuesto a que no lo cambiarías. Que volverías a hacerlo si tuvieras la oportunidad. Has reído, has llorado, has tenido experiencias y has conocido a mucha gente… Los buenos te han ayudado y los malos te han enseñado. Recuérdalo y úsalo en tu vida.
Al contrario de cómo había empezado su aventura, ahora todo estaba en negro. Estaba en un lugar completamente negro y oscuro pero que, de manera misteriosa, una luz proveniente de no se sabía muy bien de dónde, les iluminaba para que pudieran verse. O quizás proviniese de ellos mismos, y eran los que irradiaban esa luz. Frente a ellos, apareció de entre la oscuridad un espejo brillando también y parecía estar suspendido en el aire.
Era un espejo dorado, rodeado de un brillo extraño pero tranquilizante. Tenía un gran marco metálico con grabados complicados y suntuosos, y que posiblemente fuese de oro verdadero. Sonriendo, Kaez-Kou le hizo un gesto con la cabeza para que ella se mirara en el espejo. Ella se acercó cautelosa al espejo, y la imagen que vió en él la dejó atónita. Su rostro no tenía ni la más mínima imperfección en aquel reflejo, un color perfecto. Parecía juvenil, llena de vitalidad, sonriente y con un brillo especial en los ojos. Se veían tan bien que eso le ayudó a tener más confianza en sí misma y a aumentar su autoestima. Sonrió y miró de reojo a Kaez-Kou.
- Estoy preciosa –dijo en un tono bajo, tímida.
- Así es, pero hay algo que no te he dicho.
- ¿El qué?
- Que ese espejo no refleja el físico, si no el alma de las personas. Ya ves lo bonita que eres. Eso que ves reflejado ahí y que tanto te gusta, es lo que hay en tu interior… ahora puedes verlo.
- ¡Oh…!
Ella se quedó un poco desconcertada y volvió a mirar su reflejo en el espejo, intentando comprender lo que acababa de oir. Realmente se veía tan bonita.
- La vida de cada persona afecta enormemente a la vida del resto –continuó diciendo Kaez-Kou-. Si no hubieras nacido, tu madre no habría tenido el apoyo que necesitaba, tu hermano no se habría dedicado a cuidarte tras la muerte de vuestro padre y podría haber hecho cosas peores, Álex habría estado en depresión al afrontar solo por todo lo que ha pasado, tus compañeros de clase no habrían aprobado sin tu ayuda y tus consejos. Todo llega, Laura, más tarde o más temprano, pero todo llega y recibirás tu premio por una vida entregada a los demás sin querer nada a cambio. Al igual que la recompensa del tiempo que pasas estudiando ha sido el no haber repetido nunca un solo curso y no haber suspendido, las acciones sobre las personas tendrán su reconocimiento y una vuelta de gratitud. A Álex le has cambiado ¿sabes? Has logrado que se centrara y sacara lo mejor de él. Y cuando logras hacer que las personas saquen lo mejor de sí mismas, has logrado mucho. Las penas compartidas pesan la mitad pero las alegrías compartidas son el doble de alegría.

X

Al despertarse, Laura pensó que había sido el sueño más surrealista que jamás hubiera tenido. Pero fue bonito. De hecho le hubiera gustado continuar soñando. Miró la hora en el reloj del móvil. Se dio cuenta de que tenía una notificación de Twitter, alguien la había seguido. Era una amiga de Álex, supuso que él le habría hablado de ella y su amiga se interesaría por conocerla. Debía haberla hablado muy bien. Igual iba a ser verdad eso que había soñado sobre que al final se valora a las buenas personas y la gente quiere acercarse a ella. Miró con los ojillos medio cerrados la persiana por la que entraba el sol y sonrió al recordar que era sábado y que tendría el fin de semana por delante. Se sentía llena de vida después de ese sueño y con ganas de salir a comerse el mundo, aunque luego tendría que hacer mucho ejercicio para quitarse esos kilitos de más. Apartó las sábanas y las mantas y se dispuso a levantarse cuando se dio cuenta de algo en su mesilla de noche: un colgante con forma de dos pirámides entrecruzadas (una negra y otra blanca) y una nota. Cogió el papel y lo leyó. Decía así:


Querida Laura, gracias por haberme ayudado a lograr mi salvación, eres un cielo. Siempre tuyo, El Cuervo.