Gustavo era un tipo peculiar, y el amigo con el que se juntaba era igualmente de peculiar. Los fantasmas y desvaríos estaban presentes en cada día de sus vidas. En ocasiones les decían, muy bajito, casi en susurros para que nadie más puedan oírlos, los actos o consejos que debían seguir. Ambos amigos, a pesar de ser casi cuarentones, aún no se habían casado y vivían con sus respectivas familias. Solían ir al campo juntos para hacerse sus "fiestas" con tabaco, vino de tetrabrick, una hogera y la luz de la luna para alumbrarse. Solían charlar, reír descontroladamente y aullar a la luna. En ocasiones entraban en contacto con entidades del inframundo o de otras dimensiones, como las antiguas brujas en los viejos aquelarres de antaño. Meigas. Aquellas entidades, en ocasiones, les eran hostiles.
Normalmente, primero se le presentaban a su amigo y luego a él cuando querían encomendarles algo. Un día les obligaron, y si, la palabra obligar es la exacta para expresar lo que esas entidades les hicieron, a sacrificar una de las reses del amigo para hacer una ofrenda a esos espíritus. El ritual consistía en degollar al animal vivo, recoger su sangre en un recipiente y usarla para beber y para bañarse. La sangre es la vida. Y si aquellos dos pobres diablos querían vivir, debían probar su fe en esos demonios espirituales con dicho sacrificio. Esas entidades estaban presentes siempre con ellos, los vigilaban, aunque no se manifestaran estaban allí, y serían capaces de hacer cualquier cosa para arrancarles las vidas a ellos si no cumplían con sus exigencias.
A veces, se presentaban encarnados en cuervos, mirlos, águilas o buitres. Los seguían. Otras veces, se manifestaban como caras en las hojas del bosque y les increpaban o les ordenaban cosas. El pobre de Gustavo llegó a angustiarse y a dejar de gustarle el trato con esas entidades, que en un principio, parecían benévolas. Solía encerrarse en su habitación y no dejaba que ni su hermana ni su cuñado entraran a verle. Aún así, esos fantasmas estaban allí, con él. Por más que huyese, siempre lo encontraban. Llegó a pensar incluso en acudir al párroco del pueblo para que le ayudara a expulsar o a alejar esos demonios. Con un exorcismo o agua bendita debería ayudarle... en teoría. Velas blancas para los malos espíritus. Su hermana pensaba que debía de acudir a un psicólogo. Pero no, no necesitaba un loquero, necesitaba al cura porque su hermana, no era ya su hermana.
Estaba poseída por una de esas entidades. Lo supo cuando la escuchó hablando en susurros con su marido, el cuñado de Gustavo, sobre darle confianza para que se fiara y luego matarlo. Su hermana había sido usurpada por una entidad malévola que ahora iba hacer lo imposible por destruirle a él. Aunque se encerrara en su habitación, tarde o temprano debería de salir, y le atraparía. Hasta que una noche, el demonio que había poseído a su hermana le propuso un trato. Si él y su amigo, le hacían un sacrificio humano, se marcharían para siempre.
Sin embargo, a su amigo, no fue un demonio si no un ángel, un ser de luz el que le hizo la misma petición. Se pusieron de acuerdo y, yendo con la vieja furgoneta hacia el oeste, recogieron a una pequeña niña con la promesa de llevarla a casa. Una vez que la niña subio, las entidades hicieron acto de presencia y les indicaron el procedimiento a seguir. La cortaron la cabeza y tomaron su sangre. Su amigo se llevó el cuerpo de la niña y Gustavo regresó a casa aquella noche, empapado en sangre de la pequeña. Las entidades se habían marchado como prometieron, su hermana era ella, ya no estaba poseída. Pero en cuanto ella le vió llegar a casa así aquella noche, el horror se reflejó en su rostro. Gustavo estaba feliz porque se hubiera desecho por fin de esos demonios, aunque su hermana no comprendiera lo que había pasado y no tuviera ni idea que tanto ella como posiblemente su marido, habían estado bajo la influencia de entidades demoníacas y de las que Gustavo les había salvado.
Los doctores dijeron que debían dejarlo ingresado y le deberían de medicar. Su hermana no contó nada de lo que había sucedido. Ella se lo calló y pensó que debía ser un secreto entre ella y su marido. Pero ahora Gustavo estaba allí, solo, abandonadom en aquel sitio extraño estirilizado de blanco y con personas vestidas del mismo color. Los fantasmas se habían marchado, pero se habían llevado tambien a su familia de su lado. Se los habían llevado con ellos y habían abandonado al pobre Gustavo en aquel lugar horrible con otros hombres y mujeres que lloraban mientras reían, chillaban, se lamentaban... Aquel terrible sitio de paredes acolchadas, algunas rejas en ciertos lugares, medicamentos... Aquel sitio que parecía una casa de locos...
Habían logrado hacerles creer que él estaba loco o algo por el estilo. Los malditos ejendros habían convencido a todo el mundo de que él estaba loco. Por eso le habían obligado a matar las reses y a bañarse en su sangre, y lo mismo con aquella pequeña. Pero claro. Parece tener algo de sentido... ahora parecía tener cierto sentido. ¿Y si realmente estaba loco y había sufrido delirios? ¿Y si satanás había hecho de las suyas para tenderle una trampa? ¿Y si...?
En verano se escapó de aquel manicomio. Huyó. Estuvo tres días deambulando y sobreviviendo a duras penas hasta que pudo reencontrarse con su viejo amigo. Fue a su casa cuando ya había anochecido y, como antaño, bebieron y rieron al calor del fuego bajo la luna. Uno gritaba y otros se reía. Uno aullaba y otro chillaba como animales. Los gritos, aullidos, se le caía literalmente la baba mientras mantenía el equilibrio entre los gritos, las risas y el efecto del alcohol. Una vez casi cae de bruces al fuego, pero mantuvo el equilibrio. Entonces se vió solo, no había nadie allí con él. Su amigo se acercó y resurgió de entre la oscuridad, lo que provocó otro ataque de gritos y risas dementes. Entonces su amigo alzó los brazos sosteniendo una gran piedra y la dejó caer sobre la cabeza de Gustavo. Un flashazo, un crujido y su visión se tiñió de rojo antes de tornarse a negro...
No hay comentarios:
Publicar un comentario