jueves, 20 de marzo de 2014

Elemental, querido Jack


Quiero dejar claro antes de nada que esta historia es ficción, es pura mentira. Aunque la historia se base en hechos reales y describa situaciones reales que acontecieron en la vida real, las relaciones que éstas tienen con el asesino es meramente producto de mi imaginación y no hay motivo alguno para creer que hubiera sido cierto. Es sólo un curioso ejercicio literario. No quiero que luego se me acuse de señalar a una persona tan ilustre e inteligente como uno de los criminales más sanguinarios de la historia. Dicho esto, aquí expongo el relato:


Elemental, querido Jack


Distrito de Whitechapel, Londres, 1888.

Una prostituta, Mary Ann Nichols, es asesinada durante una noche veraniega. A pesar de que su cuello está seccionado hasta el punto de que casi han separado la cabeza del torso, apenas hay sangre en la acera donde la encontraron muerta. Nadie escuchó nada durante la noche. Con total probabilidad, quien la matara, lo debió hacer en otro lugar y abandonó el cuerpo allí. Aunque era frecuente las agresiones o asesinatos de las prostitutas, aquella sería la primera de una cadena de crímenes que horrorizarían, no sólo a la sociedad londinense y británica, si no a la europea y norteamericana. 

Poco después, Annie Chapman, otra prostituta, era vista hablando con un hombre en el patio trasero de una pensión. Describieron al hombre como "gallardo y harapiento y que parecía haber pasado tiempos mejores". A la mañana siguiente encontraron el cuerpo de la mujer en ese mismo patio con horribles mutilaciones y los intestinos sobre su hombro y con algunos órganos seccionados. La policía de Scotland Yard contó con la participación del inspector Frederick Abberline en el caso de los llamados crímenes de Withechapel. 

Parecía haber un patrón en los asesinatos. Cuellos rajados, cortados, diversas puñaladas en el abdomen, con posible evisceramiento. Los forenses dedujeron que, a juzgar por los cortes y por la destreza de quien fuese el asesino, debía tener conocimientos médicos o de carnicería. 

¿Quien podría ayudar a resolver el caso? Decidieron acudir en ayuda del prestigioso Dr. Joseph Bell, nada más y nada menos que el hombre real que sirvió de inspiración a Arthur Conan Doyle para la creación del personaje Sherlock Holmes.

El Dr. Bell era un médico con extraordinaria habilidad para la observación y deducción. Alto, delgado, de nariz aguileña, sabia mirada y cabellos blancos era capaz de asombrar a sus alumnos de medicina con las increíbles deducciones que hacía. Uno de sus discípulos, el también Dr. Arthur Conan Doyle (que más tarde se haría famoso no por su labor médica si no por sus aportaciones a la literatura detectivesca) recordaba cómo su mentor era capaz de adivinar el lugar de procedencia y los suecesos ocurridos a un pobre individuo que había llegado hasta la universidad con sólo hechar un vistazo a su persona. El joven bigotudo Arthur quedó tan impresionado por su mentor que le tomó como inspiración para llevar dicha habilidad al mundo criminal. 

"...los ojos eran agudos y penetrantes... y su fina nariz de ave rapaz le daba no sé qué aire de viveza y determinación. La barbilla también, prominente y maciza, delataba en su dueño a un hombre de firmes resoluciones." Así describía Arthur a su personaje literario Sherlock Holmes en Estudio en escarlata, la primera novela en la que aparecía el famoso detective, escrita en 1886 y publicada al año siguiente.
En la editorial del periódico Star se recibió una siniestra carta dirigida al inspector de policía y escrita en escarlata. 

"Querido jefe, constantemente oigo que la policía me ha atrapado pero no me echarán mano todavía. Me he reído mucho cuando parecen tan listos y dicen que están tras la pista correcta. Ese chiste sobre "delantal de cuero" me hizo partir de la risa. Odio a las putas y no dejaré de destriparlas hasta que me harte. El último fue un trabajo grandioso. No le di tiempo a la señora ni de chillar. ¿Cómo me atraparán ahora? Me encanta mi trabajo y quiero empezar de nuevo si tengo la oportunidad. Pronto oirán de mí y de mis divertidos jueguecitos. Guardé algo de la sustancia roja en una botella de cerveza de jengibre para escribir, pero se puso tan espesa como la cola y no la pude usar. La tinta roja servirá igual, espero, ja ja. En el próximo trabajo le cortaré las orejas a la dama y las enviaré a la policía para divertirme. Guarden ésta carta en secreto hasta que haya hecho un poco más de trabajo y después publíquenla sin rodeos. Mi cuchillo es tan bonito y afilado que quisiera ponerme a trabajar ahora mismo si tengo la ocasión, sinceramente suyo, Jack el destripador. PD.: No se molesten si les doy mi nombre artístico. No estaba bastante bien para enviar esto antes de quitarme toda la tinta roja de las manos. Maldita sea. No ha habido suerte todavía, ahora dicen que soy médico, jaja."

Curiosamente, llama la atención el hecho de las orejas. Un hecho que recuerda enormemente a una de las aventuras a las que se enfrentó Sherlock Holmes. Así describía Arthur el anuncio que impulsaría a su detective a investigar el peculiar caso: "La señorita Susan Cushing, que vive en Cross Street, Croydon, ha sido víctima de lo que debe ser considerado como una broma particularmente repugnante, a no ser que se le atribuya al incidente un significado aún más siniestro. Ayer, a las dos en punto de la tarde, el cartero le entregó un paquetito, envuelto en papel de estraza. Dentro había una caja de cartón, llena de sal gruesa. Al vaciarla, la señorita Cushing encontró horrorizada dos orejas humanas, recién cortadas aparentemente."

Un doble evento sucedió en la noche del 30 de septiembre de 1888. Esta vez fueron dos las prostitutas asesinadas: Elizabeth Stride y Catherine Eddowes. En el caso de Stride, los testigos afirmaron ver a un hombre también por la zona, un hombre alto de unos 1,80 metros y de entre 30 y 35 años, portaba una gorra negra. Cuando encontraron el cuerpo de la mujer, aun estaba sangrando y caliente, aunque yacía sin vida. El caso de Catherine fue mucho más aterrador, ya que el asesino, al verse interrumpido en el primer asalto con la meretriz Stride, se ensañó de manera brutal con Eddowes. Soltó toda su furia contra el cuerpo de la mujer, propinándole cortes en el rostros y llevándose consigo algunos órganos.  La policía y Scotland Yard estaban revolucionados aquella noche, incluso se llegó a encontrar un trozo de mandil de cuero cerca del cuerpo de la segunda víctima y una pintada en la que ponía que los judíos (escrita esta palabra con faltas de ortografía) nunca serán culpados de nada. Para evitar revueltas sociales, se ordenó borrar de inmediato dicha pintada.

"Cuando le pasé el chivatazo no lo hice a modo de enigma, querido jefe, escuchará sobre el trabajo del descarado Jacky mañana, doble evento ésta vez. La primera chilló un poco y no pude terminar a tiempo. No tuve tiempo de quitarle las orejas para la policía. Gracias por no divulgar mi última carta hasta que me puse a trabajar de nuevo. Jack, el destripador."

Joseph Bell, junto con un ayudante, investigaron por separado el caso y examinaron las pruebas. Se suponía que debía ser un hombre, por la fuerza exigida para las mutilaciones y evisceraciones. Con conocimientos de medicina a juzgar por la profesionalidad y rapidez con la que actuaba. También supusieron que habría utilizado un cuchillo de filo largo y afilado, como algunos de los instrumentos usados por los médicos y cirgujanos. Un hombre joven, alto y parece ser que culto, debido a las cartas recibidas en una editorial dirigidas a la policía y al inspector Abberline, en las que mostraban un lenguaje y una escritura poco usual en personas de bajo nivel cultural.

"Desde el infierno, Sr. Lusk. Señor, les envío la mitad del riñón que saqué a una mujer y he conservado para ustedes. La otra pieza la freí y comí con gran deleite. Quizás os envíe el cuchillo ensangrentado que lo extirpó si aguardan un poco más. Atrapadme cuando podáis, Sr. Lusk."

Este Sr. Lusk al que hace referencia la carta era el cabecilla de un comité de ciudadanos que habían tomado la justicia por su mano y vigilaban las oscuras calles de Londres en busca del Destripador, ya que, según ellos, ni la policía metropolitana ni Scotland Yard hacían nada por sus mujeres mientras eran despedazadas cruelmente en las calles.

Tanto Bell como su ayudante estaban confluyendo en las deducciones de su investigación hacia una única persona. Aunque hubiera sido un alumno prometedor, y en el pasado hubiera mandado a un hombre al hospital por tiempo de una semana por una paliza, no podían creerlo.

En Noviembre, la joven veinteañera, y también prostituta, Mary Jane Kelley, fue vista entrando y saliendo de su casa acompañada de diversos caballeros. El último de ellos, un caballero bien parecido y elegante, de pelo claro, según la descripción de un amigo de la muchacha, fue visto en compañía de Mary, y al parecer, él fue la última persona que la vió con vida.

A la mañana siguiente, el cobrador de la renta se encontró con un cuerpo horriblemente mutilado y destrozado salvajemente como "si el mismísimo diablo hubiera estado allí". Ninguna mente sana podía concebir que, por mucho odio que se les tuviera a las mujeres o a las prostituas, pudiesen causar semejante masacre en un ser humano. La nariz arrancada, los senos desaparecidos, uno de sus muslos había sido descarnado hasta dejar sólo el hueso, sus intestinos desparramados por la habitación y los órganos arrancados. Y de nuevo, el asesino se había llevado partes del cuerpo, ya que no encontraron ciertos órganos. De hecho, el cuerpo estaba tan mutilado y desfigurado que ni tan siquiera pudieron identificarlo como perteneciente a Mary Jane Kelly, pero supusieron que se trataba de ella porque la chica había desaparecido y el cadáver fue hallado en su casa. 

Las descripciones de un hombre harapiento, y luego otra contradictoria de un hombre bien parecido y elegante no parecen coincidir. ¿O sí? Se sabe que Sherlock Holmes era un auténtico maestro del disfraz. Se sabe que su autor, Arthur Conan Doyle, tenía cierta vena misógina de la que impregnó a Holmes. Arthur era un hombre alto, fuerte, atlético, joven, de pelo claro y gran bigote. Arthur era un hombre culto, no sólo se ganaba la vida con la medicina si no que escribía también. Al igual que en las historias de Holmes, Jack actuaba de manera muy similar a los criminales de sus historias. Y el propio Holmes llegó a decir una vez en una de sus aventuras: "Le aseguro que la mujer más encantadora que yo conocí fue ahorcada por haber envenenado a tres niños pequeños para cobrar el dinero del seguro; en cambio, el hombre físicamente más repugnante de todos mis conocidos es un filántropo que lleva gastado casi un cuarto de millón de libras en los pobres de Londres." Por supuesto que las apariencias engañan, y el hecho de que una persona distinguida y culta sea capaz de los mayores crímenes y las mayores aberraciones contra el ser humano no tiene porqué ser inverosímil. De hecho, sucede cada día. Muchos de los criminales más brutales han sido miembros destacados de una comunidad. Ted Bundy estaba en la política, John Wayne Gacy era animador social en fiestas infantiles... Las apariencias engañan, pero no pudo engañar a su mentor, quien amenazó con llevarlo ante las autoridades. Pero Arthur, el bonito y siniestro Arthur, abandonó sus experimentos con el crimen, para dedicarse a ponerlos por escrito.

Así, tras un acuerdo, Bell no denunció a su discípulo y el caso fue archivado. Los documentos del Dr. Bell y su ayudante en los que involucraban a Arthur con el caso de Jack se "perdieron". Los crímenes cesaron abruptamente, así como los anónimos para la policía. Todo fue silencia y acallado y ambos hombres cumplieron su palabra en el trato. Sería muy mal visto para la ciencia médica que uno de sus miembros fuera capaz de cometer esos sanguinarios crímenes y el hecho de denunciarlo sería tirar piedras contra su propio tejado.

Foto: Arthur Conan Doyle (Izquierda) y el Dr. Joseph Bell (Derecha)

miércoles, 19 de marzo de 2014

Gustavo


Gustavo era un tipo peculiar, y el amigo con el que se juntaba era igualmente de peculiar. Los fantasmas y desvaríos estaban presentes en cada día de sus vidas. En ocasiones les decían, muy bajito, casi en susurros para que nadie más puedan oírlos, los actos o consejos que debían seguir. Ambos amigos, a pesar de ser casi cuarentones, aún no se habían casado y vivían con sus respectivas familias. Solían ir al campo juntos para hacerse sus "fiestas" con tabaco, vino de tetrabrick, una hogera y la luz de la luna para alumbrarse. Solían charlar, reír descontroladamente y aullar a la luna. En ocasiones entraban en contacto con entidades del inframundo o de otras dimensiones, como las antiguas brujas en los viejos aquelarres de antaño. Meigas. Aquellas entidades, en ocasiones, les eran hostiles. 

Normalmente, primero se le presentaban a su amigo y luego a él cuando querían encomendarles algo. Un día les obligaron, y si, la palabra obligar es la exacta para expresar lo que esas entidades les hicieron, a sacrificar una de las reses del amigo para hacer una ofrenda a esos espíritus. El ritual consistía en degollar al animal vivo, recoger su sangre en un recipiente y usarla para beber y para bañarse. La sangre es la vida. Y si aquellos dos pobres diablos querían vivir, debían probar su fe en esos demonios espirituales con dicho sacrificio. Esas entidades estaban presentes siempre con ellos, los vigilaban, aunque no se manifestaran estaban allí, y serían capaces de hacer cualquier cosa para arrancarles las vidas a ellos si no cumplían con sus exigencias. 

A veces, se presentaban encarnados en cuervos, mirlos, águilas o buitres. Los seguían. Otras veces, se manifestaban como caras en las hojas del bosque y les increpaban o les ordenaban cosas. El pobre de Gustavo llegó a angustiarse y a dejar de gustarle el trato con esas entidades, que en un principio, parecían benévolas. Solía encerrarse en su habitación y no dejaba que ni su hermana ni su cuñado entraran a verle. Aún así, esos fantasmas estaban allí, con él. Por más que huyese, siempre lo encontraban. Llegó a pensar incluso en acudir al párroco del pueblo para que le ayudara a expulsar o a alejar esos demonios. Con un exorcismo o agua bendita debería ayudarle... en teoría. Velas blancas para los malos espíritus. Su hermana pensaba que debía de acudir a un psicólogo. Pero no, no necesitaba un loquero, necesitaba al cura porque su hermana, no era ya su hermana. 

Estaba poseída por una de esas entidades. Lo supo cuando la escuchó hablando en susurros con su marido, el cuñado de Gustavo, sobre darle confianza para que se fiara y luego matarlo. Su hermana había sido usurpada por una entidad malévola que ahora iba hacer lo imposible por destruirle a él. Aunque se encerrara en su habitación, tarde o temprano debería de salir, y le atraparía. Hasta que una noche, el demonio que había poseído a su hermana le propuso un trato. Si él y su amigo, le hacían un sacrificio humano, se marcharían para siempre.

Sin embargo, a su amigo, no fue un demonio si no un ángel, un ser de luz el que le hizo la misma petición. Se pusieron de acuerdo y, yendo con la vieja furgoneta hacia el oeste, recogieron a una pequeña niña con la promesa de llevarla a casa. Una vez que la niña subio, las entidades hicieron acto de presencia y les indicaron el procedimiento a seguir. La cortaron la cabeza y tomaron su sangre. Su amigo se llevó el cuerpo de la niña y Gustavo regresó a casa aquella noche, empapado en sangre de la pequeña. Las entidades se habían marchado como prometieron, su hermana era ella, ya no estaba poseída. Pero en cuanto ella le vió llegar a casa así aquella noche, el horror se reflejó en su rostro. Gustavo estaba feliz porque se hubiera desecho por fin de esos demonios, aunque su hermana no comprendiera lo que había pasado y no tuviera ni idea que tanto ella como posiblemente su marido, habían estado bajo la influencia de entidades demoníacas y de las que Gustavo les había salvado. 

Los doctores dijeron que debían dejarlo ingresado y le deberían de medicar. Su hermana no contó nada de lo que había sucedido. Ella se lo calló y pensó que debía ser un secreto entre ella y su marido. Pero ahora Gustavo estaba allí, solo, abandonadom en aquel sitio extraño estirilizado de blanco y con personas vestidas del mismo color. Los fantasmas se habían marchado, pero se habían llevado tambien a su familia de su lado. Se los habían llevado con ellos y habían abandonado al pobre Gustavo en aquel lugar horrible con otros hombres y mujeres que lloraban mientras reían, chillaban, se lamentaban... Aquel terrible sitio de paredes acolchadas, algunas rejas en ciertos lugares, medicamentos... Aquel sitio que parecía una casa de locos...
Habían logrado hacerles creer que él estaba loco o algo por el estilo. Los malditos ejendros habían convencido a todo el mundo de que él estaba loco. Por eso le habían obligado a matar las reses y a bañarse en su sangre, y lo mismo con aquella pequeña. Pero claro. Parece tener algo de sentido... ahora parecía tener cierto sentido. ¿Y si realmente estaba loco y había sufrido delirios? ¿Y si satanás había hecho de las suyas para tenderle una trampa? ¿Y si...?

En verano se escapó de aquel manicomio. Huyó. Estuvo tres días deambulando y sobreviviendo a duras penas hasta que pudo reencontrarse con su viejo amigo. Fue a su casa cuando ya había anochecido y, como antaño, bebieron y rieron al calor del fuego bajo la luna. Uno gritaba y otros se reía. Uno aullaba y otro chillaba como animales. Los gritos, aullidos, se le caía literalmente la baba mientras mantenía el equilibrio entre los gritos, las risas y el efecto del alcohol. Una vez casi cae de bruces al fuego, pero mantuvo el equilibrio. Entonces se vió solo, no había nadie allí con él. Su amigo se acercó y resurgió de entre la oscuridad, lo que provocó otro ataque de gritos y risas dementes. Entonces su amigo alzó los brazos sosteniendo una gran piedra y la dejó caer sobre la cabeza de Gustavo. Un flashazo, un crujido y su visión se tiñió de rojo antes de tornarse a negro...

Mentiras


Salió a las cinco de la tarde con su coche. Pasaron más de 24 horas sin que se volviera a saber de él. Su madre, aquella por la que supuestamente tanto se preocupaba, estaba viviendo un auténtico calvario al no saber el paradero de su hijo y se atiborraba a calmantes y tranquilizantes. Un día entero sin comer ni dormir, sólo mirando el reloj y rezando por que el joven estuviera sano y salvo. El corazón le palpitaba, la angustia ante la incertidumbre la consumía. Y a su marido también. Era lógico. Unos padres cuyo único hijo acaba de desaparecer y nadie sabe nada... ni sus amigos.

Aquella tarde de fin de semana, Raúl le dijo a sus padres que se iba a pasar la tarde y noche con los colegas a Móstoles. Volvería al día siguiente. Pero al día siguiente no volvió. Ni a la hora de comer. A pesar de que su madre le llamó al móvil, no lo cogió. A pesar de que le mandó varios WhatsApps, no respondió. Y no volvía. Buscó en su agenda de teléfonos los de los amigos de Raúl y, uno por uno, fue llamando para preguntar por él. Todos contestaban lo mismo: "Raúl no ha pasado aquí la noche, desde ayer por la mañana no hemos vuelto a hablar con él y no ha quedado con nosotros. Es mentira que viniera a pasar la tarde o la noche con nosotros. Quizás se haya ido con otros amigos o amigas, pero por aquí no ha pasado."

Llegó a llamar incluso a un antiguo amigo, Miguel, por si sabía algo, pero ni él ni su hermana sabían nada. Esa misma tarde los amigos se presentaron en Chamberí para visitar a los inquietos padres de Raúl. Amparo y Rodrigo pusieron la denuncia de la desaparición de su hijo pero sin poder ofrecer más pistas que el coche, la matrícula y la ropa con la que salió la tarde anterior. Los muchachos se miraban entre sí como si supieran algo, como si ocultaran algo. Con las miradas, se preguntaban si debían o no contar lo que sabían a sus padres. Debían de hacerlo y así lo hicieron. La encargada para ello fue Esther.

- Amparo, Rodrigo... no digo que lo haya hecho esta vez pero sabemos que en más de una ocasión sí que lo ha hecho, por lo que no podemos descartar que ésta vez haya podido ocurrir... Raúl, había veces en que decía que estaba con nosotros cuando en realidad se iba a ver a alguna chica. Les mentía. Nosotros no le hemos visto y no sabemos de ninguna chica con la que estuviera hablando últimamente, pero no queremos ningún problema. No sabemos nada y somos conscientes que, al decir que estaba con nosotros, los principales sospechosos y la culpa recaerá encima nuestra... 

El matrimonio no daba crédito a las palabras de la muchacha, aunque fueran sinceras. Y era cierto. No era la primera vez en la que Raúl daba de lado a sus amigos por una chica o los utilizaba como coartada mientras él se iba a ver a alguna chica a escondidas. Engañaba a sus padres utilizando a sus amigos por un maldito polvo. 

Y lo cierto es que Raúl no era ningún angelito. Dejó a un amigo por que su madre pensaba que le podría hacer mal y él la hizo caso por que se "preocupaba" por ella, para que no estuviera mal, y sin embargo la engañaba y se iba por ahí en varias ocasiones con cualquier chica. A ella tampoco le gustaba eso, y sin embargo ahí ya no se "preocupaba" por su pobre madre, simplemente se preocupaba por su polla. Amparo había estado viviendo engañada por su hijo, la ocultaba cosas, la mentía, tergiversaba los hechos a su conveniencia... Sus amigos ya habían hablado con él del tema, y sin embargo hacía lo que le daba la gana.
Pero claro, siempre se puede pensar ¿qué va a pasar? Sólo es una mentirijilla, como mucho le pueden pillar la embustería, pero nada más. Hasta que pasa, como en ese momento, y ahora, esa madre por la que tanto se "preocupaba" estaba sufriendo un auténtico calvario al no saber dónde estaba su hijo ni qué le había pasado. Y todo a consecuencia de sus mentiras. ¿Acaso hay tortura mayor que la incertidumbre? ¿Mayor angustia que el no saber qué ha pasado con la persona que más quieres en la vida? Eso es lo que había conseguido. 

Entonces la policía tenía una pista. Encontró un pista desconcertante. La fotografía realizada a un vehículo por exceso de velocidad mostraba el coche del muchacho. Mismo modelo, misma matrícula... aunque el conductor era inidentificable. Aunque dicha foto fue tomada a la entrada de Olías del Rey, un pequeño municipio a la entrada de Toledo, al sur de la capital y muy lejos de Móstoles, donde en teoría iba a ir. Unos kilómetros más al sur, en Toledo, un accidente de tráfico se había producido. El informe policial describe un vehículo idéntico al de la foto e idéntico al de Raúl. Encontraron huellas zigzagueantes, como si dos coches fuesen a colisionar y dieran un volantazo, aunque sólamente se descubrió un vehículo. El coche estaba destrozado y dentro había un cuerpo. Un cuerpo mutilado, destrozado por los cristales y los hierros y cuyas ropas coincidían con las descritas por los padres de Raúl. Su Smartphone tenía una gran cantidad de llamadas perdidas, mensajes y WhatsApps. Entre ellas, las de una joven de Toledo preguntando dónde estaba y a qué se debía la tardanza por llegar...

En ocasiones una mentira, aunque sea piadosa, puede causar más dolor y sufrimiento que la verdad más cruenta.