sábado, 26 de enero de 2013
ANGUSTIA (SI BEBES, NO CONDUZCAS...)
La madre de Alicia le había dicho a su hija que si iba a salir aquella noche del fin de semana que tuviese cuidado con el alcohol. Sabía perfectamente que su hija no bebía en exceso, pero ella siempre la prevenía cada vez que salía con sus amigas. Como es normal en una madre, la relación con su hija era siempre protectora. Trataba de cuidarla lo mejor posible, aunque ya había cumplido los dieciséis años.
La joven Alicia disfrutaba de la compañía de sus amigas en la discoteca que solían frecuentar. Aunque el local no era de su agrado, sí lo eran las personas que tenía junto a ella. En cuanto se terminó la segunda copa, se despidió de sus amigas y salió en dirección a su casa. Caminaba lentamente por las oscuras calles del pueblo. No quedaba mas que borrachos a esas horas. A ella le daba un poco de miedo encontrarse cara a cara con un tipo así, de modo que tomó otro camino para volver a casa. Un camino situado hacia las afueras del pueblo.
Allí reinaba una paz mucho mayor. Y era muy relajante pasear bajo la luz de la luna, escuchando el canto de los grillos, y la suave brisa estival. Normalmente, sus amigas la acercaban en coche a su casa, pero ésta vez prefirió irse andando. Y puede que las demás veces también lo hiciese. Le gustaba pasear por esa zona. Pero había algo que le inquietaba un poco.
Sus amigas que se habían quedado en la discoteca ¿Volverían en coche?. Mejor sería que no bebiesen mucho si iban a volver así. Pero Alicia confiaba en ellas, por lo que pensó que no había de que preocuparse. Y entoncés empezó a pensar en su madre. Sabía que cuando su madre había sido joven, casi había arruinado su vida por culpa de la bebida. Le costó mucho superar su alcoholismo, y tenía miedo de que a su hija le pudiera pasar algo semejante. Alicia sabía que su madre no dormía por las noches pensando en la posibilidad de que ella se volviera una borracha. Pero no era así. Su madre la quería muchísimo, y ese cariño y amor era correspondido. Ambas estaban muy compenetradas, se podría decir que eran una misma alma en dos cuerpos distintos. Alicia pensó que en cuanto llegase a casa, le daría un fuerte abrazo a su madre. Pues era la única persona que se preocupaba por ella y la quería de aquella forma.
Los novios que había tenido Alicia, decían que la "amaban", y sin embargo no dejaban de mirar a otras chicas mientras se drogaban "suicidándose" a ellos mismos y matando el alma de la pobre Alicia. Ahora ella empezaba a estar triste y a sentir que tenía que expresar todo su aprecio y agradecimiento instantáneamente a aquellas personas que de verdad la quieren: Su madre y sus tres amigas. Al mismo tiempo, también comenzó a sentir un cierto desprecio hacia sus ex. Esos hombres alcoholizados y lascivos, que lo único que buscaban en ella era el sexo. Al menos eso es lo que pensaba. Ellos no tenían en cuenta los sentimientos de la joven, sólo su físico. Alicia era muy guapa y atractiva. Entonces, al sentirse casi como un objeto, comenzó a soyozar. Se paró a un lado del camino y se desahogó un poco.
En la oscuridad de la noche escuchó algo que le llamó la atención y la distrajo por unos momentos de sus pensamientos. Atendió a lo que era y escuchó la voz de dos hombres. Estaban discutiendo. Miró a lo lejos y vió que estaban frente a una parcela. Un hombre en la puerta de la misma, y otro desde la ventanilla del coche que se hayaba estacionado allí. El hombre del coche parecía estar ebrio. "Otro cerdo borracho"- pensó Alicia. Decidió esperar a que se marcharan, puesto que no le agradaba la idea de encontrarse con ellos. Poco tuvo que esperar, pues el hombre del coche arrancó y aceleró haciendo eses. Alicia se dió cuenta de que estaba excesivamente bebido por el manejo que tenía sobre el coche. Entonces los faros la deslumbraron al acercarse... Ella trató de apartarse y él de esquivar a la muchacha...
Demasiado tarde...
Las piernas de la muchacha estaban hechas añicos. Ella gritaba de dolor y pedía ayuda desesperadamente. El conductor se había dado a la fuga, y el otro hombre de la parcela no estaba. Y tampoco parecía oir los desgarradores gritos de dolor de la chica. Los huesos se habían hecho añicos, y sus piernas permanecían pegadas al cuerpo sólo por la piel y los tendones. La sangre brotaba encharcando todo lo que encontraba a su paso. Un sudor frío empapaba la cara de la joven, mientras tenía la sensación de que perdería el conocimiento de un momento a otro a causa del insufrible dolor que sentía. Trataba de pedir auxilio y ayuda, pero nadie parecía oírla. El terror comenzó a apoderarse de la pobre Alicia. Estaba sola en la noche, indefensa y malherida.
La noche avanzaba, y Alicia seguía allí abandonada a su suerte. El dolor que en ese momento más la atormentaba era el de la soledad y desesperación de ver que nadie hacía nada por ayudarla. Sus gritos tendrían que haber sido oídos en todo el pueblo. Pero nadie acudía en su ayuda. Estaba en un auténtico infierno. El dolor de la soledad, y el dolor de sus piernas. Lloraba tanto que no le quedaba lugar alguno con el que secarse. Trató salir por ella misma de allí. Trató de arrastrarse hasta algún lugar donde la pudiesen socorrer, pero el más mínimo movimiento hacía que sus piernas ardieran y le produjeran una agonía tremenda de dolor.
Las horas pasaban y seguía allí. En esa misma situación. No sabía si había perdido en algún momento el conocimiento o si se había llegado a desmayar. Las insufribles e interminables horas nocturnas pasaron hasta la llegada de los primeros rayos del sol de la mañana. Entonces pudo ver que sus piernas parecían estar infectadas, y que había varios insectos en sus tremendas heridas. El pánico se adueñó de ella al contemplar aquella espantosa visión. Volvió a llorar.
A lo lejos alguien caminaba, y ella gritó para pedir ayuda. Se acercó corriendo un joven muchacho. Él, sin dudarlo ni un momento, llamó enseguida a una ambulancia, y luego a los municipales. El chico tomó la mano de la muchacha mientras la consolaba. Acariciaba su pelo y trataba de convencerla de que pronto estaría bien. Alicia le relató todo lo que le había pasado y pudo ver en él como afloraban las lágrimas. Él lloraba ante la idea de que la abandonasen allí y de aquella forma sin compasión alguna. Lloraba por el hecho de que por culpa del alcohol que tomen otros tienen que pagar los inocentes. Lloraba porque conocía el asombroso valor que había tenido la muchacha en esas horas infernales.
Pero ya todo había pasado. Ya todo aquel dolor se terminaría pronto. Ya no tendría que preocuparse por nada más.
Minutos antes de que llegara la ambulancia, Alicia falleció...
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