Él junto a sus
amigos esperaban en aquella noche gélida en el interior de la iluminada
estación de autobuses y trenes. La luz era tan fría como el exterior. Llevaba
un pesado abrigo de lana verde y aun así sentía frío. Y todo era triste, apenas
habían hablado y sólo el silencio, el frío y la luz de los fluorescentes reinaban
en el lugar. Paseando lentamente mientras esperaba, alzó la mirada para echar
un ojo a la oscuridad de la calle a través de las puertas corredizas de
cristal. Él vió allí parada, bajo el porche de la estación, a una chica vestida
con pantalones y chaqueta vaquera de color claro y un fular, una palestina o un
pañuelo o algo similar a modo de bufanda. Por un momento le recordó bastante a
ella. Pero no, qué tontería ¿cómo iba a estar ella allí? ¿Qué iba a hacer? Y
encima sola tal y como estaba. Hacía tanto tiempo que sus caminos se habían
separado. Pero ella le miró y, aun en la
distancia, pudo percibir su pelo castaño recogido y sus ojos oscuros. Fue más
una percepción a que lo hubiera visto realmente. Ella comenzó a caminar hacia
él y él, casi sin darse cuenta, hizo lo mismo en dirección de la chica. No
dejaba de mirarla y, a medida que se iban acercando más y más, parecía que todo
el mundo se detenía alrededor cuando comprendió sin ningún género de dudas de
que era ella. Una sonrisa se le dibujó en los labios mientras que el corazón
comenzó a latirle más y más fuerte dentro del pecho. Se fueron acercando más y
más y los brazos de ambos se abrieron. En cuanto se tuvieron uno frente al otro,
se estrecharon y se abrazaron entre lágrimas por el reencuentro. Era un abrazo
cálido, fuerte, sólido y las lágrimas caían por sus mejillas. Ella le abrazaba
con mucha fuerza como si no quisiera dejarlo ir y él, por su parte, al notar el
frío que traía ella de la calle, se separó un poco y la cobijó bajo su abrigo
largo y pesado y volvieron a fundirse en un abrazo. No les hacía falta nada
más. Sólo eso. Estar así, el uno junto al otro, sentir las respiraciones, oler
su aroma, acariciar el cabello y no soltarse, no soltarse nunca más.
Entonces se despertó y comprendió que todo aquello no había sido más que un sueño... Ahora le tocaba incorporarse de nuevo a su pesadilla...